La carretera que va de Salto, Uruguay, y Río Grande do Sul, Brasil, es un lugar en el que han ocurrido bastantes cosas extrañas. Aquella noche, Hernán era uno de los tantos conductores que viajaban por la frontera, ansioso por llegar a su destino. De pronto, notó como una mujer hacía señas desesperada a un lado del camino y preocupado, se detuvo.
—¿Señorita, está usted bien? ¿Qué hace? ¿No ve lo peligroso que estar tan cerca de la carretera a estas horas?
—¡Ayúdeme, señor! ¡Mi niño, mi niño!
Hernán vio lo desesperada que estaba, le pidió que se calmara y la siguió hasta un sitio cercano, donde se quedó impactado al ver un coche destrozado en el suelo. Al parecer la pobre había tenido un accidente y apenas había logrado arrastrarse con vida fuera del vehículo.
—¡Mi bebé sigue adentro y no lo puedo sacar! ¡Por favor, sáquelo! ¡Ayúdeme!
Hernán escuchó el llanto de un bebé y sin perder el tiempo, se metió entre los escombros del auto como pudo para buscar al pequeño. Este se encontraba todavía sentado en su silla especial para el carro, llorando como un condenado. Forcejeando bastante, Hernán deshizo el cinturón que lo aseguraba en su lugar y lo tomó en brazos.
—¡Lo tengo! Señorita, no se preocupe, tengo a su bebé…
El joven se quedó perplejo al incorporarse y ver que no había ni rastro de la mujer. Sintió que el niño resbalaba de sus manos y cuando lo miró, este también había desaparecido, al igual que el coche accidentado.
Nervioso y muy pálido, Hernán regresó corriendo a su carro, diciéndose que lo acababa de ver no podía ser ninguna alucinación.
Todo se había visto tan real, el accidente, la chica, el bebé entre sus brazos…
—Me estoy volviendo loco —se dijo, antes de retomar el viaje a toda prisa.
Al llegar a su casa, su familia lo vió tan asustado que Hernán tuvo que contarles lo que había pasado. Absolutamente todos se mostraron escépticos.
—Ya, pero será que lo imaginaste o te quedaste dormido mientras manejabas.
—¿Estás seguro de que no tomaste nada?
Hernán casi se arrepintió de haberles contado aquello. Hasta que su tío, un hombre al que también se le daba mucho viajar por carreteras, lo miró muy serio.
—Yo te creo, Hernán y es más, esta no es la primera vez que escucho algo semejante. Verás, ya van varias veces que un conocido me cuenta la misma historia. Tienes que saber sobrino, que hace muchos años, una joven se estrelló en el mismo lugar en donde estuviste. Desgraciadamente nadie pudo llegar a tiempo para salvarla, y tanto ella como su pequeño hijo murieron. Pero ella parece no haberse dado cuenta. Es por eso que no deja de regresar una y otra vez, para intentar salvar a su hijo.
Hernán sintió escalofríos por todo el cuerpo.
—Solo te diré una última cosa, sobrino: que bueno que te detuviste a ayudarla. Porque todos los conductores que la han ignorado, misteriosamente han sufrido accidentes más adelante.
¡Sé el primero en comentar!