Cuentan que durante el siglo XIX, en la linda ciudad de Córdoba, Veracruz, habitaba una hermosa muchacha mestiza, fruto de la unión entre una esclava africana y un hombre blanco. Por este motivo su piel tenía un bello color canela que en contraste con su pelo negro y sus grandes ojos verdes, la convirtieron en la joven más atractiva de la ciudad.
Los lugareños la apodaban la Mulata de Córdoba, ya que era famosa no solo por su belleza, sino por sus habilidades al emplear todo tipo de hierbas curativas.
La mulata vivía en una lujosa casa colonial con un jardín muy grande, en el que cultivaba todo tipo de árboles frutales y hierbajos. Así podía elaborar tés, ungüentos y más remedios naturales que eran muy efectivos para aliviar las dolencias de la gente. Todos en la ciudad acudían a ella para tratar sus males y le quedaban muy agradecidos.
Siendo tan hermosa, la joven tenía muchos pretendientes pero a ninguno de ellos hacía caso. Su orgullo y su frialdad al tratarlos, sorprendía mucho a las personas.
Cierto día, uno de ellos, un hombre apuesto y audaz que estaba acostumbrado a tener múltiples conquistas, se hizo el propósito de enamorarla. A menudo acudía a la iglesia donde la mulata iba todos los domingos y trataba de abordarla, pero ella, con desdén, miraba hacia otra parte y se marchaba altiva.
Encaprichado, su pretendiente comenzó a enviarle regalos, a intentar visitarla en casa, todo ello en vano. Finalmente, despechado, esparció el rencoroso rumor de que la joven practicaba hechicería y por eso sus remedios eran tan efectivos.
Tales habladurías llegaron a los oídos de la Santa Inquisición y en poco tiempo, un grupo de inquisidores fue a arrestar a la mulata, condenándola a morir por sus malas artes.
La encerraron en una celda del castillo de San Juan de Ulúa, donde su belleza causó conmoción entre los guardias.
Una madrugada fría antes de que prepararan la pira donde fallecería quemada, el guardia de su celda se acercó para dejarle pan y agua. Entonces la mulata lo invitó a entrar.
Cuando el hombre miró a la pared, vio que ella había dibujado un navío bellísimo, con detalles tan realistas, que parecía que fuese a salirse del muro en cualquier momento para volverse real.
—¿Te gusta mi dibujo? —le preguntó la mulata.
—Es muy bello.
—¿Qué crees que le haga falta a este barco?
—En mi opinión, es perfecto. Lo único que le haría falta es navegar.
—Pues entonces va a navegar —respondió la mulata y recogiéndose las faldas, saltó dentro del cuadro hasta la cubierta del barco, ante los ojos incrédulos del guardia.
Así el barco fue alejándose, cada vez más en el horizonte, hasta que no fue más que un punto diminuto y luego dejó de existir.
Nadie volvió a ver a la Mulata de Córdoba en Veracruz, pero su nombre estaría destinado a convertirse en leyenda. Y entre las paredes de San Juan de Ulúa, su historia sigue causando terror entre los visitantes.
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