Alicia era una joven de provincia que había viajado hasta Madrid para estudiar la carrera de pedagogía. Allí, alquilaba un piso junto con otras dos muchachas universitarias. Cuando llegaron las vacaciones de verano, ambas volvieron a sus respectivos pueblos para estar con sus familias pero Alicia tuvo que quedarse.
Había suspendido un par de asignaturas y quería estudiar para recuperar sus materias en verano. Tener la casa para ella sola era un ventaja, ya que así podría concentrarse mejor.
Una noche, la joven acababa de irse a dormir cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta insistentemente.
Miró hacia el reloj y vio que era de madrugada.
Refunfuñando, se dirigió a la puerta preguntándose quien estaría afuera a esas horas. Pero se quedó paralizada cuando vio que se trataba de una niña pequeña y muy hermosa, con largo cabello rubio y ojos azules.
—Estoy perdida —le dijo ella—, ¿puedo dormir aquí?
Desconcertada, Alicia le ofreció llamar a la policía para que pudieran llevarla a su casa, pero la pequeña se negó, diciendo que tenía mucho sueño.
Entonces la invitó a pasar y le sirvió un vaso de leche. Luego le preparó una cama y antes de que se acostara, le preguntó como se llamaba. La niña se lo dijo. Verónica.
Alicia se fue a dormir a su habitación, sin querer darle muchas vueltas al asunto. A la mañana siguiente, cuando despertó, no había ni rastro de la chiquilla. Por más que intentó buscarla y preguntó a sus vecinos si no la habían visto, no logró encontrarla de nuevo.
Esperando que se encontrara bien, a la muchacha no le quedó más remedio que volver a sus estudios.
Un año después, Alicia se encontraba sola nuevamente en su piso, leyendo de madrugada. Era la misma fecha en la que se había encontrado con Verónica hace tiempo.
Cuando escuchó que tocaban la puerta y acudió a abrir, casi se lleva un susto. La niña se encontraba afuera de nuevo. Pero no había cambiado en absoluto. Llevaba la misma ropa que la vez anterior y parecía no haber crecido desde entonces.
Una vez más, Alicia le dio de cenar y le preparó una cama para dormir. Sin embargo, apenas Verónica se acostó, la joven se comunicó con la policía para reportar a una niña extraviada. Un rato más tarde, dos agentes policiales se presentaban en su apartamento para investigar, pero la pequeña había desaparecido.
Intrigada, Alicia se puso a investigar en hospitales y orfanatos por si había escapado de alguno de estos sitios. Como en un cuento corto de terror, la chica descubrió la fotografía de Verónica en un internado de monjas.
—Sí, Verónica era una de nuestras huérfanas —le dijo una monja—, pero eso fue hace veinte años. La pobre murió a los seis.
Un año después, al escuchar que tocaban la puerta, Alicia ya sabía quien era. Temblorosa, abrió la puerta y se encontró con Verónica, quien sonreía.
—Solo quería agradecerte por haberme dejado entrar. Ahora debo ir por las otras chicas que me cerraron la puerta, para llevarlas al infierno.
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