Esta historia corta habla de la importancia de aceptar a los demás, no por como se ven, sino por su valor interior y el esfuerzo de sus acciones.
En un jardín muy hermoso y rodeado de setos silvestres, crecía una rosa que era como ninguna otra se había visto antes. De pétalos rojos como la sangre y fragantes, un centro exquisito y hojas lisas como esmeraldas. Era tan bella que inmediatamente se destacaba entre las flores y hierbas silvestres que crecían a su alrededor.
Y la rosa, al darse cuenta de su apariencia tan agradable, había aprendido a envanecerse y a creerse superior a los otros seres del jardín.
Las personas, al pasar frente a ella, se quedaban admirados con su hermosura. Pero nadie se atrevía a acercarse para mirarla más de cerca, pues a su lado siempre estaba un sapo muy oscuro y regordete, que les provocaba repugnancia.
La rosa se indignó al saber esto y se dirigió al animal.
—¿Cómo puede ser posible que una criatura tan fea esté al lado de alguien como yo? —preguntó en voz alta— ¿De dónde saliste?
—Aquí he estado desde siempre, lo que pasa es que tú nunca me ponías atención —respondió él sin ofenderse.
—Pues ya no quiero que estés aquí, ¿no ves que eres tan feo que ahuyentas a la gente? ¡Nadie se acerca a mirarme por tu culpa! Y una cosa tan horrible que tiene porque afear mi seto —le espetó la rosa—. De modo que vete, ¡y ni se te ocurra regresar por aquí!
—Está bien, si así lo quieres, me marcharé —y el sapo se fue sin mirar atrás.
Satisfecha con su cometido, la rosa se dispuso a recoger los halagos y miradas que le enviaran los transeúntes. Pero a los pocos días, algo desafortunado empezó a ocurrir.
Las hormigas salieron de la tierra y treparon por el talo de la rosa, comiéndose sus hojas y sus pétalos. Lentamente, esta flor fue perdiendo su belleza hasta convertirse en una planta descolorida y casi marchita, que era como un punto feo entre la belleza rozagante del jardín.
Y la gente, cuando pasaba, ya no la miraba con admiración, sino que le expresaba la misma repulsa que habían sentido por el sapo. Otros solo la veían con lástima, lamentándose por su suerte.
—¡Tan bonita que era! Pero las cosas bellas suelen ser así, ninguna es eterna.
Tiempo después el sapo se asomó desde un charco cercano y se sorprendió al ver a la rosa tan fea.
—Qué mal te ves, ¿qué te pasó?
—Desde que te fuiste, las hormigas me han devorado todos los días y ya no he tenido fuerzas para florecer —se lamentó ella con desesperación.
—Claro, antes era yo quien me las comía a ellas y por eso rara vez se atrevían a salir. Por eso era que estaba todo el tiempo bajo tu seto —le dijo la rana—, esa es la razón de que fueras la más hermosa del jardín.
Muy tarde, la rosa se daba cuenta de que había cometido un error.
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