Era muy tarde cuando Andrea se levantó, alertada por unos extraños ruidos que se escuchaban en su propia habitación. Tenía al lado de la mesita de noche una maceta llena de troncos, que le habían regalado para decorar sus interiores. Al encender la luz y fijarse en ellos, sintió un escalofrío bajando por su espalda.
Los troncos se estaban sacudiendo ligeramente y una serie de sonidos extraños se escuchaban desde el interior, como si hubiera algo atrapado dentro. Andrea no se atrevió a mirar. Le tenía pánico a los bichos y no soportaba la idea de que hubiera alguno que pudiera saltarle encima. Así que se puso su bata de dormir a toda prisa y llamó a un exterminador.
Por la madrugada, el hombre se presentó para examinar el tronco y le pidió que se mantuviera a distancia.
—Voy a revisar el tronco para confirmar si se trata de una plaga o no —le advirtió.
—¿Usted cree que realmente pueda ser eso? —preguntó Andrea, temblando.
—No estoy seguro, señorita. Pero si lo es, le aviso que tendremos que fumigar el apartamento completo, pues ese tipo de casos deben tratarse con extremo cuidado.
Tras echar un vistazo al interior de los troncos, quebró uno y Andrea contuvo un grito de terror. Cientos de arañas diminutas salieron desperdigadas por la madera, en tanto el exterminador las apuntaba con un galón de insecticida.
La misma escena no tardaría en repetirse en cientos de hogares brasileños. Y es que hubo un tiempo en el que estuvo muy de moda decorar interiores con troncos naturales.
No obstante, un especialista en los medios de comunicación empezó a advertirle a las personas que no hicieran tal cosa, pues muchas arañas venenosas de las zonas selváticas del país aprovechaban para meterse y dejar sus huevos dentro. La gente que los tomaba para comerciar con ellos en la ciudad no siempre revisaba que se encontraran limpios.
Pronto se conoció a estas plantas como «los troncos peligrosos», pues las personas se daban cuenta aterradas, de que se movían solos y emitían una serie de ruidos desagradables.
Cuando el fenómeno se extendió como una epidemia por todo el país, las autoridades de salubridad ordenaron exterminarlos a todos, así como prohibir su venta en puestos callejeros y tiendas de decoración. Lo peor, fueron los casos de personas que se reportaron con picaduras de araña una vez que los huevecillos se rompieron. Síntomas horribles como fiebre y sarpullidos aquejaron a quienes tuvieron contacto con los diminutos arácnidos; que también se esparcieron por buena parte de las calles.
Luego de tan brutal experiencia, los troncos quedaron prohibidos y fue más la gente que optó por poner naturaleza artificial en sus casas, que arriesgarse a contraer una plaga.
Esta leyenda de terror fue una de las más difundidas en su momento en Brasil, aunque nunca se ha llegado a confirmar si es verídica o no. Por si las dudas, nunca está de más recordar que hay cosas que es mejor dejar en su entorno natural.
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