Pedro conducía por la carretera a altas horas de la noche. Todavía le quedaba un largo tramo de camino por cubrir y la verdad era, que se estaba quedando dormido. No había podido descansar bien en los últimos días. Un compromiso urgente había hecho que viajara a toda prisa a su pueblo natal, dejando inconcluso su trabajo.
Debido a ello, ahora tenía que apresurarse por llegar a casa. Paró en una gasolinera a recargar el tanque y de paso, comprar un café que le ayudara a mantenerse despierto.
Una vez hecho esto, se montó en su vehículo y emprendió la marcha de nuevo.
Una hora después, en un tramo desocupado de la carretera, vio a lo lejos como se acercaba un todoterreno con las luces apagadas. ¡Qué imprudencia!, pensó indignado. De no haberse dado cuenta a tiempo, lo más probable habría sido que impactara contra aquel inconsciente que conducía del lado contrario.
Con apuro, Pedro le hizo un juego de luces al conductor para avisarle que traía sus faros apagados. De repente, la camioneta encendió sus luces, las cuales eran de tal magnitud que iluminaron por completo el camino y cegaron momentáneamente a Pedro, quien tuvo que cubrirse los ojos con el interior del codo. Solo había visto un resplandor como ese en camiones de gran tamaño.
Maldiciendo entre dientes, miró como el todoterreno pasaba velozmente a su lado… y luego viraba violentamente para empezar a perseguirlo.
Confundido y aterrorizado, Pedro piso el acelerador y corrió con aquel transporte pisándole los talones. En su desesperación por escapar, no pudo tomar la curva que se encontraba en el siguiente tramo, por lo que su auto se volcó y salió disparado fuera de la carretera.
Aún consciente y atrapado dentro de su maltrecho vehículo, Pedro observó con horror como el todoterreno se detenía a pocos metros y del interior, bajaban cinco sujetos con tatuajes y palos en las manos…
Al día siguiente, la policía yacía congregada en torno a la escena del accidente. Había sido una caída aparatosa y el coche se encontraba hecho un desastre. Pero lo más alarmante no era eso, sino el cuerpo que se encontraba a un lado.
Pedro había sido apaleado hasta la muerte por esos sujetos, su cuerpo mostraba múltiples contusiones y su rostro una mueca de terror que hizo que a los oficiales les dieran escalofríos.
—Habrá que dar aviso de esto en la ciudad —comentó uno de ellos, anotando algo en su libreta.
No era el primer caso del mismo estilo que les tocaba atender.
Sabían que varias pandillas locales usaban aquello como rito de iniciación: el juego consistía en conducir con las luces apagadas y al primer conductor que hiciera un cambio para advertirles, perseguirlo por la carretera hasta darle alcance o provocar un accidente. El objetivo principal, por supuesto, era matar a todos los ocupantes del carro a palos.
Por eso, si alguna vez te encuentras con un coche que tiene sus faros sin encender, quizá lo mejor sea pasar de largo.
¡Sé el primero en comentar!