Al llegar a la oficina de Asuntos Espectrales, Cornelio P encontró un cadáver esperándolo. Sentado en el sillón frente a su escritorio, fumaba en pipa, con ademán distinguido.
–Buenos días, usted dirá– dijo Cornelio sin más. No le gustaban los fallecidos ansiosos, que no podían esperar y aprovechaban su condición de fantasmas para colarse en su oficina. Tenían urgencia por conseguir su permiso para asustar, sin el cual, estaba prohibido realizar labores de intimidación contra los vivos, ya fuese atemorizar,impresionar, sobresaltar o espantar. Mucho menos horrorizar u horripilar,acciones que de ser realizadas por aparecidos sin permiso, podían traer consecuencias graves, tales como la expulsión definitiva del difunto, quien no podría jamás formar parte del honorable cuerpo de funcionarios del Ministerio de Ultratumba.
–Buenos días, soy Pancracio T y llevo muerto 23 años y un día. Nunca pedí ninguna subvención. Vengo a solicitar mi permiso para asustar– dijo el difunto, conteniendo el ansia sin mucho éxito.
El fallecido estaba bien informado: el reglamento de Apariciones y Actividades Terroríficas era muy claro al respecto:
Artículo 36 del Reglamento de Apariciones y Actividades Terroríficas:
“Todo muerto que pasare más de 23 años de fallecido sin acogerse a ninguna subvención ordinaria, podrá solicitar la incorporación al servicio de Apariciones Espectrales Diurnas y Nocturnas”.
Cornelio P era conocido por su meticulosidad a la hora de trabajar, una cualidad de la que se sentía orgulloso. Pasó a la revisión delos documentos y separó la montaña de papeles en tres montoncitos bien acomodados.
–¿Trajo las dos fotos carné? – preguntó Cornelio.
–Sí – contestó el Pancracio T.
–¿Certificado de acreditación de todas las materias del ciclo de Formación Ocupacional de Sustos y Apariciones? –preguntó.
–Si, graduado con los más altos honores –replicó orgullosamente el fallecido.
–¿El certificado de aptitud espectral? –siguió el funcionario. Pancracio T le alcanzó el informe.
–¿El certificado de aptitud para emitir aullidos y sonidos guturales?
–Aquí lo tiene, junto con 2 grabaciones en estéreo de mis mejores gritos infernales.
–¿Medidas antropométricas antes y después de la defunción?
–Aquí las tiene. Pancracio bajó la mirada y su voz sonó como una exhalación.
Los ojos de Cornelio P. se abrieron horrorizados.
–Lo siento mucho Pancracio, pero usted ya sabe que para entrar en el cuerpo de Sustos y Apariciones es necesario medir al menos 1, 20 metros – dijo Cornelio.
–Sí, ya lo sé –dijo Pancracio, bajando las cuencas vacías. Mi defunción ocurrió en una estación el tren. Más precisamente sobre la vías. Yo media casi dos metros, era jugador de básquet. En fin, que los trenes son muy eficaces al ahora de cortar por lo sano… Yo quería pasar al otro andén sin bajar las escaleras, para ahorrar tiempo. Calculé mal. Me estiré todo lo que pude, pero el tren me cortó por la mitad. Solo pude conservar estos escasos 90 cm, ¡Pero le aseguro que puedo asustar como el fantasma más alto! –replicó.
–Lo siento, Pancracio, es imposible –dijo Cornelio con un matiz de pena en la voz.
–¡Sé de buena fuente que este Ministerio sabe hacer excepciones de vez en cuando, algún caso extraordinario, algo que por su singularidad merezca un trato especial! ¿Por qué a mí no? –se exasperó Pancracio T.
–Comprendo su punto de vista y hasta su desilusión, pero en lo particular, yo jamás he hecho ninguna excepción. En todos mis años de funcionario nunca he quebrantado la ley. Creo que el cumplimiento de las reglas entraña una belleza que nos acoge y nos protege del desmadre espectral. Acuérdese de aquel fatídico 31 de octubre de hace 3 años… –Cornelio miró fijamente a los ojos huecos de Pancracio.
Había sido uno delos episodios más vergonzosos del Ministerio, una mancha negra que nadie se atrevía a recordar en público. Alguien saboteó el sistema informático y cambió las características de los fantasmas autorizados a aterrar y asustar en la noche de Halloween. Se suprimió la norma de la altura mínima y se incorporó la exigencia de llevar orejas puntiagudas, una faldita corta de color fucsia y aroma a excrementos. Una combinación que todavía hoy provocaba escalofríos.
A las 12 de la noche la ciudad se llenó de miles de espectros pequeñitos con cara de Hello Kitty y olor a mierda.
El caos sobrevino cuando las Hello Kitty malolientes se colaron en todos los sitios imaginables: incluso dentro de las bragas de las señoras. O los calzoncillos de los caballeros. Las calles parecían un concurso de reguetón diabólico en medio de un vertedero.
Pancracio no deseaba entrar en razón. Levantó sus 90 centímetros de la silla y antes de irse,hizo una advertencia:
–¡Me cierra usted el camino hacia la vocación de toda mi muerte y eso no quedará impune, eso merece un castigo, un gran castigo! –remarcó.
–Entiéndame, –quiso razonar Cornelio, pero la puerta se cerró con estruendo.
Cornelio sintió un escalofrío, algo inusual en él después de tantos años de lidiar con muertos y espectros. Fue una pequeña señal que marcaría la larga lista de peligros que le tocaría vivir.
La vida de Cornelio P pasó de ser sosegada y rutinaria a una montaña rusa que lo transportaba desde el calvario al infierno: Pancracio se había especializado afondo en métodos para asustar fantasmagóricamente y eligió como base de operaciones el jardín trasero de la casa de Cornelio. Cada noche aprovechaba las últimas sombras del atardecer para iniciar una serie interminable de gritos y gemidos de ultratumba que hacían imposible el descanso de Cornelio y su esposa. Luego del concierto de lamentos, venia el arrastre de cadenas y los aullidos de lobo.
Fiel a la observancia de las leyes y reglamentos, Cornelio presentó recursos de amparo por triplicado ante el Defensor del Pueblo Espectral.
Para su sorpresa,el reglamento consideraba que el Pancracio T no incurría en delito al importunar a Cornelio y su mujer con alaridos y lamentos, ya que los miembros del Ministerio de Ultratumba no eran considerados totalmente vivos, sino semi–muertos.El personal estaba tan familiarizado con los espectros, que ya no se asustaban prácticamente de nada.
Pancracio T se esmeraba cada día más en transformar la casa de Cornelio en el Averno. Como un okupa diabólico colaba cucarachas y ratones en el sótano, contrataba otros espectros para importunar a la señora P con aromas nauseabundos y se las ingeniaba para que todo en la casa crujiese con gemidos de dolor.
Cornelio P se encontraba en un dilema: o cumplía la ley y aguantaba la venganza del ofendido,o contravenía el nefasto reglamento y concedía a Pancracio su anhelado permiso para asustar.
Harta de aullidos y gases de todo tipo, la señora P le dio el ultimátum:
–¡O encuentras una solución a ésta fantasmal venganza o me voy de casa! –se exasperó la señora P.
–Pero ratoncita –quiso suavizar Cornelio–mi ética no me permite pasar por alto el artículo 23! ¿Qué prefieres, que manche para siempre mi expediente hasta ahora inmaculado?
–¡A mí no me vengas con expedientes inmaculados cuando yo tengo que saltar ranas, ratones y cucarachas para llegar hasta la nevera! –dijo la señora P, pragmática.
Cornelio pasaba las noches sin dormir, atrapado en la infernal paradoja.
Probó cursar solicitudes de excepción a todos los estamentos administrativos y hasta al Departamento Jurídico de Asuntos Internos y en todos los casos, le dieron la misma respuesta: no era viable.
–No se engañe Cornelio –dijo su jefe al enterarse de la situación–. Si Pancracio T padeciera de alguna condición más favorable para el espanto, si tuviera una larga cabellera vertical o su cabeza flotara a 1,20 del suelo, algo podría hacerse, pero en este caso, es in–vi–a–ble.
Quince días después del ultimátum de la señora P, sobrevino la catástrofe.
El refinamiento mortífero de Pancracio T llegó a la cumbre: hizo crecer plantas carnívoras en el jardín: de esas inmensas, con una bolsa donde van a caer las moscas atraídas por su falsa miel.
Avisaron a Cornelio desde el hospital: La señora P, que adoraba las plantas exóticas, había quedado atrapada entre las fauces de una planta. El médico que la atendió le comunicó que el estado de su mujer era satisfactorio, aunque sus nervios no tanto.
–Lamento decirle que su mujer se ha marchado a casa decidida a recoger sus cosas y abandonarle Cornelio, lo iba gritando por el pasillo, una y otra vez –le informó el médico un poco avergonzado.
Cornelio se fue volando a su casa, desesperado. Al llegar encontró a la señora P con su cabeza envuelta en esparadrapos, como una momia.
–¡Ufa pflanta me mordióf la narif por tu fulpa! –farfulló la señora P detrás de las vendas –¡y me dfieron muschfos pfuntos! ¡Tuf pfloblefmas del trafajo se hanf confertifo enf unf pelifgrof pafa mi fintegridaf perfsonal!
Cornelio P no supo qué contestar, imaginó a su mujer entre las fauces carnívoras y enmudeció an telos argumentos farfullados por su mujer. Ella tenía las maletas preparadas en la puerta y cuando llegó el taxi, aún seguía balbuceando acusaciones entre sollozos y letras efe.
Cornelio se dejó caer en un sillón dispuesto a dejar que las cucarachas y los ratones hicieran lo suyo con él.
Pancracio T lo miraba desde el jardín. El giro de los acontecimientos no le daba ninguna satisfacción. Al contrario, comenzaba a arrepentirse.
De pronto, Cornelio dio un respingo:
–¡Eureka! ¡Cómo no me di cuenta antes! –dijo eufórico. ¡Hay un modo de acabar con el problema!
Corrió a buscar el Anuario de las Leyes y Decretos de Asuntos Espectrales y allí estaba el Anexo 23409. Fue como un rayo hasta el armario de la limpieza y volvió con el bote de veneno para ratas. Lo mezcló con refresco ante la mirada turbada del Pancracio T. El muerto se acercó al Anuario y después de leer el Anexo 23409, lamentó carecer de lágrimas para acompañar el momento con mayor emotividad.
–Cornelio, es usted la persona más honrada que he visto en todos mis años de muerte –le dijo emocionado.
El veneno fue muy efectivo y después de unos pocos estertores, Cornelio murió.
Todos los Jefes de Área gozaban de un privilegio especial incluido en el Anexo 23409.
Anexo 23409 del Reglamento Interno de Asuntos Espectrales:
“Los jefes de área que hayan optado por suicidarse podrán entrar al cuerpo de Sustos y Apariciones sin examen de admisión siempre y cuando un profesor experto ejerza labores de tutoría para el correcto aprendizaje”.
Al otro día, del brazo de Pancracio T, Cornelio se presentó en la oficina de Suicidios Recientes y reclamó la prebenda del Anexo 23409. Completó el formulario por duplicado y firmó, solicitando al Pancracio T como tutor experimentado.
Tras un breve papeleo de rigor, su nuevo mentor le dio un largo y emocionado abrazo por la cintura, a causa de sus escasos 90 cm.
–Le prometo que daré el cien por cien para que su muerte valga la pena. ¡Los sustos que le enseñaré, harán época! –pronosticó Pancracio T.
Al principio de su aprendizaje Cornelio se sentía un poco ridículo ensayando gemidos en tonos graves, arrastrando cadenas o imitando animales peligrosos, pero poco a poco el esmero y la dedicación de su maestro le hicieron comprender la función social de los aparecidos.
¿De qué otro modo podrían los niños foguearse en su proceso de crecimiento si no mediante el miedo a los fantasmas? ¿Cómo podrían circular las leyendas sobre extrañas apariciones de generación en generación? ¿Cómo negarse a ser parte del engranaje vital que permite a los adolescentes reunirse en torno al fuego en las acampadas a contar historias de miedo? ¿De qué otro modo podía transmitirse el misterio de la vida y la muerte entre los pueblos?
Inesperadamente, Cornelio encontró una nueva ilusión en la muerte y su mujer, conmovida por tamaña integridad, volvió a la casa conyugal.
Tal como lo había pronosticado Pancracio, las andanzas espectrales del tutor y su alumno hicieron época. Una ola de terrores nocturnos, ataques de pánico, enuresis y miedo a la oscuridad invadieron a la sociedad con tanta contundencia, que aumentaron de golpe las visitas de los niños, adolescentes y adultos a la consulta del psiquiatra.
A partir de ese año, Halloween se transformó en la fiesta estrella del Ministerio de Asuntos Espectrales y las subvenciones a muertos y aparecidos aumentaron en un 45%.
La manera de solucionar el problema sin saltarse el reglamento le valió a Cornelio una placa recordatoria en la puerta de la que fuera su oficina y una plaza permanente en la prestigiosa Universidad Espectral en la cátedra de Administración y Gestión de los Reglamentos.
Pancracio a su vez, recibió numerosísimas solicitudes de tutoría de los nuevos funcionarios suicidas, que aumentaron en un 30% y optaron por darle un nuevo y atrevido cauce a sus muertes.
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