Siempre te ha costado expresar tus sentimientos. Lo supe a la perfección desde el día en que te conocí y tú mismo me lo advertiste, antes de comenzar con esta gran aventura. Pero si por algo me distingues, es por ser testaruda, así que en ese momento te aclaré que no me importaba. Yo te quería tal cual eras, con todos tus defectos y las cosas que te hacían especial.
De modo que comenzamos a salir y en un principio, todo marchaba sobre ruedas. No era perfecto claro, pero nos entendíamos. Yo apreciaba tus silencios y cada pequeño y escaso detalle que hacías por mí, desde servirme el café por las mañanas hasta decirme, «te ves bien», antes de salir tomada de tu brazo a algún lado.
Eso era antes de que las cosas se enfriaran, porque tengo que confesarlo, de un tiempo a acá… bueno, de un tiempo ya no estoy segura de lo que sientes por mí.
No me malinterpretes, yo sigo pensando en ti como antaño, ansiando el beso de la mañana y el de la noche. Espiándote cuando creo que no puedes verme, para grabar en mi memoria cada uno de tus gestos. Hay tanto de ti que todavía es un secreto para mí.
Tengo miedo de estar restringiéndote, de ponerme pesada, justo como me dijiste que evitara al principio.
—Me cuesta mucho decir lo que siento. Soy tímido —me dijiste una vez.
Y estaba bien, eso me encantaba de ti. Tu carácter, tan misterioso y elusivo, esperando a que te descubrieran.
¿Es qué hice algo mal, acaso?
Ayer me acosté a tu lado y te abracé por la espalda. Sentí como te removías, incómodo.
—Hoy no —me dijiste—, tuve un día muy pesado en el posgrado.
Luego me di la vuelta y ahogué mis lágrimas con la almohada. No estoy segura de si me escuchaste. Espero en verdad que no. No quiero parecer una sentimental ante ti, es que a veces no puedo evitarlo.
Me dormí, pensando en las miles de cosas que pudieron pasar para que te distanciaras de mí.
Hoy me he despertado y no te he encontrado a mi lado. Ni siquiera tengo ganas de levantarme de la cama, es que como si no tuviera ganas de nada. ¿Quién iba a pensar que un día me pondría así por un muchacho?
—Te quiero —susurré a la nada, pensando que ya te habías ido.
Cualquier día de estos me ibas a decir que se había terminado y entonces tendría que hacerme a la idea.
La puerta se abrió en ese momento. Te vi entrar, ya vestido y sosteniendo una única rosa en tu mano. Viniste hacia mí sin decir una palabra, me besaste en la frente y me abrazaste, disculpándote en silencio por lo de anoche. Ya me habías advertido que no se te daba expresar lo que sentías.
Sin embargo, tu mirada era la misma que al principio, cuando supe que te habías enamorado de mí. Hablaste.
—Se me olvido decirte que yo también te quiero.
¡Sé el primero en comentar!