Adaptación de una vieja historia corta china, que nos enseña a respetar la importancia del esfuerzo.
En un pueblecito de China, habitaba un grupo de niños que eran muy amigos, pues sus familias vivían en la misma calle. Por las mañanas, todas sus madres los preparaban para la escuela y los despedían en el umbral de sus casas, esperando verlos marchar para educarse.
Sin embargo, poco tiempo después ellos comenzaron a mostrarse descontentos con esta obligación.
—¿Por qué debemos levantarnos tan temprano? ¡A mí me gustaría seguir durmiendo todo el día! —se quejó uno.
—¿Y por qué todos los días tenemos que hacer tarea? ¿No les basta a nuestros padres con enviarnos a esa espantosa escuela cada mañana? —dijo otro.
Y así, todos convinieron en que ir al colegio era lo peor.
—Pues no vayamos más —propuso uno—, dejen que sus madres crean que están en clases. Tan pronto como atravesemos la puerta de casa, iremos no a la escuela, sino a las calles a hacer lo que nos plazca y volveremos como si nada por la tarde. ¡Nadie se va a dar cuenta!
Todos estuvieron de acuerdo y desde ese día, ninguno de ellos volvió a clases. Como se marchaban por el mismo camino para ir al colegio, ninguna de sus madres se percató y se dedicaron a hacer el vago.
Jugaban a las canicas, corrían y le jugaban bromas pesadas a la gente que pasaba hacia sus casas.
Un día, mientras se encontraban corriendo, notaron que una anciana salía con un pesado lingote de hierro en sus manos y lo frotaba fuertemente contra el pavimento. Los niños, intrigados, se acercaron para ver porque hacía aquello.
—Abuela, ¿estás loca? ¿Por qué estás frotando esa barra de hierro así? —le preguntó uno.
—Es que quiero obtener una aguja de este lingote —respondió ella y los pequeños se echaron a reír.
—¡Hábrase visto anciana más tonta! ¿Cómo crees que vas a obtener una aguja de eso?
—¿No ves que ese lingote es demasiado grande?
—Yo creo que de verdad se ha vuelto loca.
Y así, los maleducados niños se reían de la anciana, quien sin escucharlos proseguía con su tarea.
—Tontos son ustedes. Yo salgo a frotar esta barra todos los días, de manera que cada día disminuye un poquito —dijo ella—. Algún día finalmente, habrá adelgazado tanto que por fin se convertirá en aguja. Pero unos holgazanes como ustedes no podrían comprenderlo, pues se la pasan todo el día haciendo nada de provecho.
En ese instante, los chiquillos se sintieron muy avergonzados al darse cuenta de que tenía razón. Cabizbajos, se retiraron a sus casas y desde ese día, no volvieron a poner peros para ir a la escuela.
Quizá fuese algo aburrido y muy duro, pero sabían que algún día el esfuerzo valdría la pena, pues se convertirían en personas productivas.
Y al igual que aquella barra de hierro esperando a ser una aguja, ellos también podrían cumplir sus sueños, con el conocimiento obtenido en el aula. Pues el trabajo duro siempre es recompensado.
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