Dicen que hace mucho tiempo, vivía un angelito en el cielo que sentía mucha curiosidad por ver como celebraban la Navidad los niños de la Tierra. Un día, el pequeñín le hizo una pregunta a su mamá.
—Oye mami, ¿tú sabes como pasan la Navidad los niños humanos?
—Ah queridito, pues no sabría contestarte. Hace mucho tiempo que no voy a verlos.
—Entonces, ¿puedo ir a verlos yo para averiguarlo?
—No querido, tu todavía eres muy chiquito y no puedes ir solo tan lejos.
Pero el angelito insistió y le suplicó tanto, que al final su mamá le dio permiso.
—Muy bien, puedes ir a ver a los niños celebrar la Navidad —le dijo—, pero solo con la condición de que el 25 de diciembre, volverás a subir al cielo.
El querubín se lo prometió y muy contento, batió sus pequeñas alas para ir hasta la Tierra. Se estaba dando mucha prisa, pues hacía un frío tremendo. En el camino se encontró con Papá Noel, quien a bordo de su trineo, lo saludó y le dijo que estaba recorriendo el mundo para entregar sus regalos a todos los niños.
—¡Qué maravilloso! —exclamó el angelito.
Cuando por fin llegó a la Tierra, decidió entrar por la ventana de una casa en la que vivían dos hermanitos. El mayor de ellos, era un chico muy amable y generoso, pero el más pequeño estaba muy mimado y consentido. Primero el pequeño ángel los miró dormir en sus camas, luego bajó por las escaleras y se quedó sorprendido al ver un hermoso árbol, decorado con luces y esferas brillantes de todos los colores. ¡Era el más bello que había visto!
Tan ensimismado estaba con el árbol de Navidad, que no se dio cuenta de que amanecía y los niños bajaban a buscar sus regalos.
Asustado de que lo fueran a descubrir, el angelito se colocó en la punta del árbol como si fuera un adorno y observó con una sonrisa como los hermanitos abrían sus nuevos juguetes. Muy alegres se pusieron a jugar, hasta que el más chiquito, tan malcriado como estaba, le quiso quitar su bicicleta al mayor.
—¡No, hermanito! Tú ya tienes tus regalos.
—¡Pero Santa no me trajo ninguna bicicleta! ¡Yo quiero esa, la quiero!
De pronto, una gota de agua cayó sobre la cabeza del hermano menor, quien miró hacia arriba y se quedó estupefacto. Ahora el angelito lloraba de pena, no le gustaba ver a los hermanitos peleando.
Muy avergonzado, el niño se disculpó con su hermano y le devolvió la bicicleta.
—No te preocupes, puedes jugar con ella también si quieres, pero vamos a usarla por turnos, ¿te parece?
El niño asintió con la cabeza, feliz de que pudieran compartir y cuando volvió a mirar hacia el árbol, ¡se dio cuenta de que el angelito había desaparecido!
—Hermano, ¿viste a donde se fue el ángel que estaba parado encima del árbol? —preguntó.
—Creo que se fue volando al cielo.
Moraleja: Las cosas buenas que recibimos, son mejores cuando las compartimos con nuestros seres queridos.
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