Hace mucho tiempo, había un granjero que vivía muy cerca de la ciudad de Belén. Este hombre tenía un buey con el que todos los días se iba a arar al campo. El animal era tan bonito y tan trabajador, que le puso por nombre «Bello». Todos los días le daba de comer con mucho cariño, lo acicalaba y le decía palabras bonitas para que siempre trabajara contento.
—Estoy muy orgulloso de tener a un buey tan eficiente como tú —solía repetirle.
Y Bello, como quería mucho a su amo, procuraba dar lo mejor de sí cada día para no perder su cariño ni su confianza. Un día, sin embargo, se quedó muy sorprendido al ver que el granjero estaba triste y decaído.
—Amo, ¿qué te pasa que tienes tan mala cara? —le preguntó preocupado.
—Ay querido Bello, es que tengo una deuda enorme con otro labrador de la granja vecina —le confesó el hombre—, si no le pago su dinero pronto, él podría quitarme todo lo que tengo. ¡E incluso podría llevarte a ti para cobrarse!
—Pues no te preocupes, porque sé como podrás pagar esa deuda —le dijo el buey—. Ve y apuesta que yo soy capaz de tirar de cien carretillas cargadas al mismo tiempo. Si lo logro, él tendrá que perdonarte el adeudo.
—¡Cien carretillas! —el amo ahora lucía asustado— Pero, ¿estás seguro de que podrás lograr tal hazaña? ¿Qué tal si no puedes y acabo perdiéndolo todo?
—Descuida, yo te aseguro que lo lograré —le prometió el buey.
Viéndolo tan confiado, el granjero decidió ir a hacer la apuesta y cuando su rival aceptó, se mandaron cargar cien carretillas con todo tipo de granos. Entonces Bello se colocó al frente y cada una de ellas fue sujetada en su lomo. Su dueño montó encima de él. No obstante estaba tan nervioso, que enseguida tomó el látigo y se puso a azotar a la pobre criatura.
—¡Anda, bestia! ¡Ponte a caminar! ¡Rápido o te doy más con el látigo!
El buey, muy ofendido, lo ignoró y se sentó en medio del camino sin hacer nada. Su amo perdió la apuesta.
—¿Por qué no avanzabas? ¡Me prometiste que ibas a ganar! —lloró el granjero.
—Lo habría hecho si tan solo no me hubieras tratado de esa manera tan horrible, me dolió mucho lo que hiciste.
El hombre se dio cuenta de que había actuado mal y sintió vergüenza.
—Perdóname Bello, tienes razón. Te prometo que no volveré a lastimarte de esa forma.
Bello lo perdono y volvieron a intentarlo. Esta vez, el buey fue capaz de tirar de las cien carretas y la deuda quedó en el olvido.
Con el tiempo, el granjero prosperó y se mudó con su animal a la ciudad de Belén, donde abrió una posada e hizo construir un establo para él. Una noche fría de Diciembre, Bello recibió una visita muy especial: eran la Virgen María y José, que venían desde muy lejos. Y aquella primera Navidad, ese buey afortunado presenció el nacimiento del Niño Jesús.
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