Historias de Amor

Un recuerdo sin esperanza y sin hogar.

Hay tensión sobre sus hombros, una tensión que no sabe aliviar todavía nadie desde hace casi un año. Cuando abrió los ojos esa mañana y miró hacia su izquierda, su pareja estaba junto a ella mirándola directo.
– Buenos días preciosa, ¿estás preparada para emprender el viaje?-.
– No-. Aulló ella protegiéndose del día.
– Vamos cariño, siempre has querido viajar… ¿cómo es posible que ahora no quieras?-.
– Me sentiré sola y hace tiempo que no me enfrento a eso… -. Por muchos deseos de estar en libertad como antaño, sabía que echaría de menos su presencia. Dejó ver sus ojos entornados para mirarle y en un quejido casi incomprensible dijo: »Vale, ya voooy…».

Cuándo se dirigían hacia la estación ella sentía tanto flato que casi lo tomó por superstición para dar media vuelta; una buena excusa, sí señor. Pero no paró y el sentimiento de ese cambio que se avecinaba no dejaba de crecer. Más que un sentimiento, una sensación era un presentimiento.
Ya está, ahí estaban junto al tren y las maletas en mano. Hicieron una pausa, se deleitaron y regalaron unos segundos mirándose, leyendo en cada uno lo que su alma quería gritar. »Pídeme que no me vaya, dime que quieres que me quede», decían los ojos de ella. Mientras que los de él, quién sabe. Sólo parecían prometer que estaría en éste mismo lugar cuándo ésta volviese y que en el fondo ya la estaba echando de menos.

Bien, se despidieron con un dulce beso nervioso porque para ella era la primera vez que viajaría en tren. Se temía lo peor ya fuese por no encontrar dicho tren o que se le cayese su zapato por el hueco del escalón que suele haber en la puerta de entrada del ferrocarril, que además por si fuese poco le daba vértigo sólo mirarlo. Para los ancianos debe de ser muy difícil subir por ahí y más con un tiempo de objetivo.

Todo se calmó en cuánto ella se sentó, aunque a la vez seguía intranquila porque no tenía ni idea de qué pasaría cuándo tuviese que bajar de ese tren. Quedaban muchas horas de trayecto y se presentaban sensatas, equilibradas, serias… . Las horas no le podían contar que cuánto más avanzaban más se acercaba un momento donde todo se desequilibraría. En una de las paradas que hacía el tren vio que había muchísima gente pendiente de subir y que entre gritos alegres eso hicieron.
Alguien en cuándo ascendió le sonrió desde la distancia y ella retornó su sonrisa por cortesía, tras ello, siguió sumergiéndose en las páginas de un libro que estaba leyendo sin concentración alguna. Se sentía agotadísima y con cierta apetencia por darse una buena ducha pronto.

El moreno de ojos oscuros se sentó a su lado. No tardó nada en emitirle preguntas que ella terminaba contestando por inercia además de bombardearle con otras curiosidades; así entró en una especie de trance agradable.

– ¿Tienes pareja? -.
– Oh, sí, la tengo… -. Lo vio. Los ojos oscuros cambiaron en cuánto dio esa respuesta y en el fondo creyó que esa sería el fin de la presentación.

Exactamente no sé cómo pasó, porque no sólo no fue el fin sino que todo se volvió más cercano. »Uy sí, claro que me gustan las fiestas pero no me gusta ese estado donde parece que las personas terminan »rallándose» y no quieren reconocerlo. Las fiestas no siempre son honestas.»
No sólo se lo reconoció, sino que además se identificó. Un hombre desconocido admitiendo que era vulnerable por todo lo que acontecía en su vida. Así daba gusto hablar.

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Y así pasaba casi todo con él desde ese instante; todo brotaba con naturalidad. No habían sonrisas forzadas porque era cómplices y al bajar, por azar debían de bajar en la misma parada. Sí, se dieron los números. Sí, no pudieron evitar no verse al día siguiente y… al otro día después de pasar ese. Rieron sin parar, jugaron como niños, se hacían bromas, se querían adorar cuánto pudiesen y en algún que otro juego ella perdió;el premio de él era un beso que no quería darle. Sucedió, sintiendo una fuerte llama de dos.
La confusión abrumadora se abalanzaba sobre ella porque todo parecía ser demasiado bonito para ser verdad; le gustaba y enternecía. Se entendían, existía complicidad y a su misma vez se agobiaba, por alguna razón quería que esas sensaciones nerviosas terminasen. El amor contiene calma, se valora cuándo lo tienes y no es un deseo de obtener lo que no se tiene.

El final fue trágico porque la magia se disipó en cuándo surgió el adiós. Y todo ese recuerdo quedó de manera difusa en ella porque por mucho que se dijesen: »No olvidaré ésto». Ella en el fondo, eso es lo que quería, los detalles se convirtieron en un enemigo y el resumen en amigo. Así el morbo pasaría como un reflejo ligero.

En el tren de vuelta de golpe todo se calmó, todo pasó del frenesí a la absoluta paz de saber que volvería con su pareja, a su hogar, los brazos que sí acostumbró a sentirlos rodeándola. Sin tanta presión de por medio.
Aliviada respiró y durmió plácidamente durante el retorno. Cesó su sueño, su viaje, bajó de ese tren entumecida y vio que ahí estaba su chico, como le prometió. Admitió sus pequeños y suaves labios junto a los suyos con tantas ganas de seguir amándole. Le miraba ceñuda y eso que a la vez jamás había tenido algo tan claro en toda su vida, no quería a ningún otro, a nadie más. No puedo, no llegó a poder remediarlo así que, aún cerca de sus labios con la voz suave y cálida llegó a susurrarle; »Prefiero seguir secuestrada por ti toda la vida. No dejes que me vaya nunca más sin ti.»

Personajes: 

 

La protagonista es »ella». Me gusta la idea de dejar que el lector pueda imaginar los nombres a su gusto. Es una forma mucho más fácil de identificarse con los personajes.

Luego como personajes secundarios está »Él» y luego el »chico del tren».

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Acerca del autor

Ainoa Rodríguez

Las apariencias engañan, pero otras veces lo que ves es lo que hay.

Redactora multitemática y relatista en Hidden Words desde hacer más de 10 años.

Si hay algo que tengo que decir sobre las palabras, es que ellas son las que me salvan diariamente.

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Acerca de…

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