Descripción: Ramiro es un joven delincuente que no tiene esperanza alguna, hasta que conoce al padre Arriaga, quien le enseña a creer en él.
Personajes: Ramiro, Padre Arriaga, Celador
PRIMER ACTO
En una celda de prisión, yace un adolescente lleno de tatuajes, malhumorado y encogido en un rincón. El celador llego y toca los barrotes con su macana.
Celador: ¡Oye tú! Levántate, tienes visita.
Ramiro: ¿Quién? Creí que mi familia ya nunca vendría a verme.
El celador abre la reja y deja pasar a un hombre con hábito.
Celador: Adelante, padre Arriaga. Aunque no sé para que pierde el tiempo, este tipo de muchachos son incorregibles.
Ramiro: ¿Quién es usted?
Padre Arriaga: Soy Hernán, Hernán Arriaga y estoy visitando varias correccionales de menores para llevarles la palabra del Señor.
Ramiro: Vaya basura, Dios no existe. Por lo menos no para las personas como yo.
Padre Arriaga: Dios existe para quienes son capaces de abrirle su corazón, no importa los errores que hayan cometido en el pasado, ¿sabes?
Ramiro (irónico): Sí, claro.
Padre Arriaga (sonríe): Entiendo como te sientes, Ramiro. Has sufrido mucho y has tomado malas decisiones. Pero ya verás como después de que hablemos estos días, encontrarás que lo que digo tiene sentido.
Ramiro: Buena suerte con eso.
SEGUNDO ACTO
Ahora, el padre Arriaga y Ramiro se encuentran sentados en su celda, leyendo la pequeña Biblia del sacerdote.
Ramiro: ¿Usted de verdad cree que yo pueda cambiar, padre?
Padre Arriaga: Ya lo estás haciendo, hijo mío.
Ramiro: Lastimé a mucha gente. Siento que quiero empezar de nuevo, pero no sé ni por donde comenzar. Antes de hablar con usted, ya había dado todo por perdido.
Padre Arriaga: Tome. (Le entrega la Biblia). Creo que he hecho un buen trabajo al llegar hasta ti, pero hay otros chicos que me necesitan. Cada vez que quieras encontrar respuestas, lee este libro. Y no te olvides que Dios cuida de todas sus criaturas.
El padre Arriaga sale de la celda y Ramiro se queda pensativo.
TERCER ACTO
Tiempo después, el padre Arriaga se encuentra caminando por un parque, con su Biblia bajo el brazo y un bastón en la mano. Se ve más viejo, a juzgar por las canas que hay en su cabello. Se sienta en un banco para leer y un joven pasa corriendo cerca de él. Lleva puesto una sudadera con capucha, por lo que no se le ve el rostro.
El chico se detiene al verlo, se quita la capucha y sonríe.
Ramiro: ¿Padre Arriaga?
Padre Arriaga: ¿Nos conocemos, muchacho?
Ramiro: ¡Claro que sí! ¿Cómo voy a olvidarme de la única persona que me fue a visitar a la cárcel cuando no tenía nadie? Nunca pude darle las gracias como era debido.
Ramiro se saca una pequeña Biblia de debajo de la sudadera y se la muestra.
Ramiro: Es la que me regaló, gracias a sus enseñanzas enmendé mi camino. Estoy estudiando y todos los días me levanto con mucha fe. Creer de nuevo en Dios me ha ayudado a encontrar mi paz interior.
Padre Arriaga (contento): ¡Me da mucho gusto, Ramiro!
Ramiro lo abraza y los dos sonríen.
Ramiro: Gracias, padre. Gracias por recordarme que Dios siempre cuida de nosotros.
FIN
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