El mar era su lugar favorito en todo el mundo. Era paz, era calma, era frescura, era vida. Y ella amaba la vida.
Se sentó con las piernas cruzadas sobre la arena fresca y seca, a unos metros de la orilla, sin llegar a mojarse ni un poco. No había nada más hermoso que estar en tu lugar favorito, en tu momento favorito del día.
El atardecer.
Ver el atardecer en la playa.
Empezó a sentirse en calma y sus ojos se cerraron lentamente, escuchando el silencio de una playa sin habitantes, azul y limpia. Estaba sonriendo al pensar en lo afortunada que era al tener ese sitio para ella sola, desde que lo descubrió, cuando sintió como su paz se rompía en mil pedazos. Todo pasó en segundos.
Primero sintió el peso de alguien a su lado, un brazo rozando el suyo y una voz suave pero chistosa.
-Hola. –Su ceño se frunció y tan rápido como abrió los ojos por el estruendo, los volvió a cerrar, tratando de no maldecir su mala suerte.
Se calmó, pensando rápidamente en la mejor forma de espantar al intruso, cuando pensó en ser maleducada y tan sólo pedirle que la deje sola, pero entonces recordó que esa era una playa pública y él podía estar ahí, pero no tan cerca de ella.
El calor se estaba disipando y su mal humor estaba elevándose al pesar que se estaba perdiendo el atardecer por culpa de ese intruso.
-Te ves bonita cuando te enojas, te estás poniendo como un tomate. ¿Estabas rezando o durmiendo sentada?, vamos, tengo curiosidad. –Abrió los ojos de golpe cuando escuchó su risueña voz, burlándose de ella.
Giró su cabeza, dispuesta a espantarlo con un grito, cuando su voz quedó atrapada en su garganta.
Dios, era bellísimo.
Su boca se abrió ligeramente y estudió en silencio, de forma inconsciente, su rostro. Tenía pecas, esparcidas pobremente por sus mejillas, el cabello algo largo, la boca pequeña pero los labios pronunciados, una piel bronceada y unos ojos claros, tan azules como el mar que tenía adelante.
Y su sonrisa…
¡Estaba sonriendo!
-¿A que soy guapo, verdad?
Entonces toda simpatía inoportuna se esfumó de su cuerpo y sus palabras dejaron de estar atrapadas en su traicionera garganta. Rodó los ojos y apartó sus ojos de los del –bello- intruso para volver a ponerlos en el horizonte, en donde el sol se estaba poniendo.
Empezaba a hacer frío y no estaba disfrutando su tarde.
-¿Eres muda? –¿es que jamás hacía silencio?
-No, no soy muda, pero estás rompiendo mi pequeña paz. –Hizo una pausa, evitando mirarlo, siendo maleducada. -¿Podrías sentarte en otro lado?
Entonces escuchó su risa. Era angelical y no pudo evitar mirar hacia él. Si su sonrisa era hermosa, su risa era lo más bonito que ella había oído hasta ese momento.
-¿de qué te ríes? –Estaba empezando a pensar que estaba loco. El centró sus ojos en ella y fue disminuyendo su risa hasta que sólo sonreía, de forma sincera.
-Tienes una voz preciosa.
Y de ese modo su malhumor se esfumó, y se dio cuenta de que sus ojos azules, tan risueños y cálidos, eran su tercera cosa favorita en ese momento.
Y su propia sonrisa fue el inicio de algo grande.
FIN.
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