Era verano y me dirigía a un curso de formación académica, era uno de los ponente. Salí de la ciudad de Guadalajara a buena hora pero un accidente automovilístico nos detuvo varias horas, lo que retrasó mi llegada a la ciudad de San Juan de los Lagos. Pasaba de la media noche y no quería llegar tan tarde al lugar del congreso; así que decidí dormir esa noche en un hotel. Frente a la central de camiones había varios, pues San Juan es un lugar de peregrinaje por una imagen famosa de Maria que allí se venera, la Virgen de San Juan.
Todos se encontraban llenos, así que caminé un poco, buscando sitio en alguno. Finalmente, en el quinto que visité me atendió un joven recepcionista que quizá vio mi cansancio y angustia por no encontrar donde descansa.
—No tenemos habitaciones disponibles —me dijo—, bueno, hay una pero no solemos ofrecerla…
—¿Y no podías hacer una excepción? —pregunté, sin pensarlo— Son casi las 2 de la madrugada y a las 7 la dejaré, solo es para una ducha y dormir unas horas.
Lo pensó un poco.
—Bueno pero no me pague, mejor ya mañana.
«¿Estará tan mal el sitio?», pensé. Sin embargo era una habitación normal, había cama, buró, una mesa, televisión y sobre todo, baño con agua caliente. Me duché y de inmediato me acosté, pues en verdad estaba cansado, soy de los que solo duermen en extrema oscuridad, cualquier luz me impide dormir, así que cerré bien las cortinas que daban al patio del hotel y apagué todas las luces e inmediatamente me ganó el sueño.
Una luz intensa me despertó, era la luz del baño. Pensé que se habría encendido por algún mal contacto, la volví a apagar y cerré la puerta. Hacía algo de calor, así que no me cubrí y dormí solo con ropa interior. No tenía mucho de haber conciliado de nuevo el sueño, cuando sentí la opresión de un cuerpo sobre mí. Lejos de experimentar el miedo propio de cuando se te sube el muerto, sentí algo diferente, pues esa presencia me acariciaba y me provocaba una sensación sexual inusual, claramente intuía que ese peso encima mío era de hombre y no de mujer, no podía tocarlo estaba paralizado pero él si recorría todo mi cuerpo, yo estaba boca arriba y me invadía el miedo unido al deseo. Nunca había sentido aquello, tenía entonces 27 años.
Imaginé que alguien se había metido a la habitación, incluso pensé que sería el joven recepcionista, no podía abrir mi boca ni mis ojos, era extraordinariamente real. Empecé a tratar de moverme y a resistirme, forcejeando con aquello que me oprimía. En un fuerte movimiento, logré abrir los ojos y la luz del baño me hirió la vista, la puerta del baño estaba abierta de par en par y la sombra de un cuerpo colgaba de la base de la regadera, balanceándoselas como un péndulo. Era el cuerpo de un joven, tenía los ojos abiertos y la lengua de fuera, yaciendo muerto.
Como pude, salí corriendo a la recepción, el recepcionista estaba adormilado en un sillón. Se sobresaltó al verme y le dije:
—Hay un joven colgado en la habitación, ven por favor.
Se levantó y me puso la manta que tenía, pues hasta entonces me di cuenta de que estaba desnudo.
—Cálmese, no hay nadie.
—Sí, le insisto, acompáñeme.
Fuimos al cuarto y efectivamente, no había nadie, todo estaba apagado eran las 5 de la mañana.
—Por eso no quería rentárselo, hace 3 años un chico de 17 años se suicidó aquí. Solía venir con su pareja, un hombre mayor que aparentemente ese día le dejo o le dijo que tenía a alguien más, el tipo se fue y el muchacho se quedó. A la mañana siguiente, la señora de la limpieza lo encontró. Desde entonces suele aparecerse, curiosamente solamente a los varones.
Termine mi café, regresé por mis cosas y esperé en la recepción a que dieran las 7 para irme a mi curso. Nunca olvidaré aquel encuentro y la inmensa soledad y tristeza que esa habitación reflejaba antes de irme. Le pregunté al recepcionista si sabía cómo se llamaba aquel joven suicida que muerto me había seducido, me dijo se llamaba Sebastián.
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