La noche había caído sobre las calles de Guayaquil, preciosa ciudad de Ecuador. En una taberna del centro de la ciudad, Juan y Lucas, dos amigos entrañables, aprovechaban el buen tiempo para beber unas cervezas antes de irse a casa. Ambos trabajaban muy duro todo el día, pues cargaban pesados materiales de construcción.
Entre la plática amena con otros colegas y el alcohol, no se percataron de la tarde que se había hecho, sino hasta que los parroquianos comenzaron a retirarse de uno en uno, y el cantinero los miró de reojo.
—Será mejor que nos vayamos marchando —dijo Juan—, en mi casa me esperan hace un par de horas.
—Yo prefiero esperar a que amanezca. Al fin y al cabo, de aquí nunca nos han echado.
—¿Y cómo es eso que no quieres salir? ¿Tienes miedo de que regañen por llegar borracho? —le preguntó Juan a su amigo con burla.
—Ay compa, ojalá fuera eso. La verdad es que hay cosas mucho peores allá afuera que los gritos de mi mujer.
—¿A qué te refieres?
—Nunca has escuchado hablar sobre la Dama Tapada, ¿verdad?
—Algo habré oído por ahí, la verdad es que yo de esas cosas no hago mucho caso. No soy supersticioso.
—No se trata de ser supersticioso o no. La suerte no se fija en eso cuando uno sale a la calle en noches como estas —le dijo Lucas—. Verás, hará cosa de un año que salí de este mismo lugar con unas copas encima. Tú ya sabes como soy. Me encontraba caminando rumbo a casa cuando la vi a lo lejos. Toda cubierta de pies a cabeza, con un velo larguísimo que cubría su rostro y un vestido de encajes. Tan esbelta, tan linda y delicada. Tenía una sombrilla en las manos que ocultaba aun más su persona.
>> Me acerqué sutilmente para saludarla, extrañado de que anduviera sola por la calle. Había algo en ella que me atraía irremediablemente, igual que abejas a la miel. De pronto, ella me llamó y se detuvo para que la alcanzara. Y cuando se levantó el velo me encontré con el ser más decrépito y nauseabundo que te puedas imaginar. Se me ponen los pelos de punta solo de acordarme.
—¿No será más bien que andabas muy borracho? —le preguntó Juan con diversión.
—Yo sé lo que vi esa noche y si no hubiera corrido en ese mismo instante, quien sabe si la hubiera contado —repuso Lucas seriamente—. La Dama Tapada siempre anda detrás de los viciosos. Por eso, yo de aquí no salgo hasta que el sol se haya asomado.
Juan rió y se despidió de su amigo, listo para ir a casa. Las cosas que se le ocurrían cuando estaba ebrio.
Afuera, el viento movía levemente las copas de los árboles. Un perro ladró en la lejanía. Juan dobló una esquina y se quedó de piedra. Frente a él, a un par de metros del asfalto, se hallaba una joven de negro cubierta completamente. Y le hacía señas para que se acercara.
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