Adaptación de una leyenda corta que proviene de Colombia.
Cuenta la gente que hace muchos años, existía un hombre muy libidinoso, al que le gustaba acudir al río para espiar a las mujeres que se bañaban allí. El sujeto solía ocultarse entre unos matorrales para mirarlas sin que se dieran cuenta. Algunos dicen que en realidad, lo único que esperaba era poder observar a una muchacha de la que estaba enamorado y la cual no le correspondía.
Fuera como fuere, lo que hacía estaba mal y a pesar de saberlo, nada le importaba invadir la privacidad de aquellas jóvenes. Un día, ellas lo descubrieron y muy indignadas le dieron una paliza que poco lo disuadió de cambiar su comportamiento.
En vez de eso decidió cambiar de táctica.
El hombre acudió con un brujo que vivía en una choza, haciendo limpias y preparando toda clase de brebajes.
—Quisiera que me hicieras una poción que me convirtiera en caimán —le pidió.
Y como le había ofrecido pagarle generosamente, el brujo accedió sin cuestionarlo. Al final del día terminó con dos pócimas diferentes: una de brillante color rojo y la otra azul como el océano.
—Cuando bebas de la poción roja, tu cuerpo se cubrirá de escamas y te transformarás en el más grande de los caimanes —le dijo—, si quieres recuperar tu forma humana, bebe de la poción azul.
El hombre fue a buscar a un amigo suyo y le pidió que lo acompañara al río para ver algo insólito. Y este, pensando que como de costumbre iría a ver a las mujeres que se bañaban, aceptó acompañarlo sin imaginar lo que sucedería.
—Toma, deténme esta botella —le pidió el otro, tendiéndola la pócima azul—, ahora solo observa y guarda silencio.
Tan pronto como aquel sujeto se hubo bebido la poción roja, quedó convertido en un monstruoso caimán, de tal tamaño y apariencia, que su amigo se asustó en demasía. Tanto, que sin querer derramó el brebaje que tenía y unas gotas de la sustancia azul cayeron en la cabeza del hombre lujurioso, que quedó convertido en un monstruo mitad humano, mitad reptil.
Las mujeres se dieron cuenta de esto y huyeron despavoridas al verlo, al igual que el chico que lo acompañaba. Y a partir de entonces, él nunca fue capaz de recuperar su forma original.
Tuvo que quedarse a vivir en el río, ocultándose de la gente a la que espantaba o de las personas que más tarde, quisieron darla caza.
La única que iba a visitarlo era su madre, quien lamentándose de su suerte le llevaba de comer y le recriminaba haber sido tan libidinoso, pues ahora como castigo todos lo rehuían o querían darle muerte.
Cuando la buena mujer murió, el hombre caimán se dejó llevar por la corriente, harto de su triste existencia.
Algunos dicen que desapareció, pero otros afirman que sigue deambulando en los ríos, esperando a que la muerte finalmente llegué por él. Y también hay quienes no se han dado por vencidos al cazarlo.
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