En la ciudad de Buenos Aires, Argentina, existe cantidad de leyendas que van de boca en boca entre los habitantes. Una de las más conocidas es la de la dama blanca, la cual aseguran muchos, sigue apareciendo ante los ojos de los incautos que tienen la suerte, o la desventura de cruzársela por la noche.
La historia dice que dicha muchacha, era una preciosa adolescente de quince años de edad, hija de Enrique García Velloso, célebre escritor que se hizo muy conocido entre los bonaerenses. Su belleza era tanta que nunca le faltaban pretendientes. Se dice que ya varios se habían aventurado a pedir su mano en matrimonio, a pesar de su juventud.
Por desgracia, a la chica le diagnosticaron leucemia y poco a poco, la enfermedad la fue consumiendo, hasta que a su cuerpo se le agotaron las fuerzas para seguir luchando. La jovencita murió y sus familiares la velaron con gran dolor.
Su madre le hizo construir una magnífica cripta, echa toda de mármol blanco y con un crucifijo en el interior. Allí, los restos de su hija descansaron dentro de un féretro, sobre el cual podía verse la figura de una muchacha dormida. Era una escultura fiel a la de la difunta. Y la pobre mujer acudía todos los días a llorar por ella, hablándole como si siguiera viva.
Así pasó el tiempo y llegó el momento en el que el mausoleo quedó abandonado por completo.
Poco después, la gente comenzó a murmurar sobre una chica vestida toda de blanco, que deambulaba por los alrededores. Tenía una dulce mirada y un parecido sorprendente al de la joven que había muerto hace tantos años.
Una de esas noches, un chico se encontraba a altas horas en un bar de la zona, bebiendo con sus amigos. De repente entró en el lugar una muchacha muy bella y ataviada con un vestido blanco. Se acercó a él y le sonrío de tal manera, que él se sintió enamorado. Se quedaron hablando por horas hasta que estuvo a punto de amanecer.
La desconocida se abrazo a sí misma y él se dio cuenta de que tenía frío.
—¿Quieres mi chaqueta? —se la ofreció.
—Muchas gracias —le dijo ella, colocándose la prenda sobre sus hombros—, hace mucho frío en esta época del año y a veces me siento muy sola.
—No entiendo porque, con lo guapa que eres. ¿Cuándo te puedo ver de nuevo?
Ella le indicó una dirección y le dijo que la visitara al día siguiente, para que pudiera devolverle la campera. El joven se marchó feliz.
Por la mañana, se quedó muy desconcertado al acudir al lugar indicado y darse cuenta de que era un cementerio. Muy confundido, le explicó a uno de los guardias lo que había pasado la noche anterior y como era la chica que le había dado aquella dirección.
Muy pálido, el hombre lo invitó a entrar y lo condujo hasta la cripta. Allí, el muchacho reconoció sobre el féretro la imagen de la susodicha y su chaqueta.
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