Cuando los médicos dijeron que necesitaba un trasplante de corazón, sentí que mi mundo se derrumbaba. No era tan solo el hecho de arrastrar esta maldita enfermedad cardíaca desde niño. Las posibilidades de encontrar un donante son prácticamente nulas y aun cuando sucede, hay una larga lista de espera. Dijeron que el corazón artificial sería suficiente, pero los dolores empeoraron y las molestias aumentaron.
A los 21 años, luego de un largo tiempo luchando por mi vida, el doctor Bellwood me dio la extraordinaria noticia. Habían encontrado donante.
Al principio no supe que decir, como reaccionar. Podría salvar mi vida, a costa de la desgracia de alguien más.
—Es una manera pesimista de verlo —dijo el doctor Bellwood—, pero piensa en esto: tú no tienes la culpa de lo que le sucedió a esa persona. Podrás llevar una vida normal con un corazón que es compatible con tu tipo de sangre, ¿sabes cuánta gente desearía una oportunidad así?
No se lo discutí. En cierta manera, me había hecho ya a la idea de morir a causa de mis afecciones cardíacas. No podía ser tan egoísta como para ignorar sus esfuerzos y los de mi familia para mantenerme a salvo.
El caso es que, hay una cosa que siempre me ha aterrorizado sobre las intervenciones quirúrgicas. ¿Qué pasaba si me despertaba en medio del procedimiento, por más anestesia que me hayan colocado? ¿Que ocurriría si los podía sentir trabajando dentro de mí, reemplazando mi inútil y desgastado órgano? La sola posibilidad me hacía estremecer.
—El despertar intraoperatorio es algo sumamente extraño —me dijo el doctor Bellwood para tranquilizarme—, lo mejor a estas instancias es que te mentalices y te prepares para una operación sin contratiempos. Esta es la única oportunidad que tendremos de salvar tu vida, ¿comprendes?
Tenía razón. Debía ser fuerte.
Trate de mantenerme lo más relajado posible hasta el día de la intervención. Al entrar en el hospital, mi cuerpo temblaba ligeramente, pero me forcé a pensar en que todo iba a salir bien. Los médicos me prepararon. Mis padres me desearon suerte.
—Cuando despiertes, todo será maravilloso —me dijo mi madre con lágrimas en los ojos.
En el quirófano, lo último que vi antes de aspirar de la mascarilla de anestesia, fueron las luces brillantes sobre mi cabeza. Después, todo fue oscuridad…
El ruido de un murmullo me despertó pero no fui capaz de abrir los ojos.
—Bisturí —ordenó la voz del doctor Bellwood desde alguna parte. Y entonces comprendí.
La anestesia no había funcionado del todo. Estaba despierto, consciente y era incapaz de mover el cuerpo. El terror se apoderó de mí al escuchar como alguien tomaba algo de la mesa de instrumentos.
«¡Sigo despierto! ¡Sigo despierto, Dios mío! ¡Sigo despierto!»
Un dolor lacerante se extendió en mi pecho, haciéndome desear poder gritar. Les siento remover entre mi pecho, mientras ese dolor se hace más fuerte, mi corazón artificial bombea sangre con desesperación…
—¡Doctor, le perdemos!
Alguien intenta reanimarme en vano, mientras una oscuridad más densa que la que sentí anteriormente, me envuelve.
Ya es demasiado tarde.
Excelente cuento, Erika. Me gustaría traducirlo al portugués y publicarlo en uno de mis sitios (www.contosdeterror.com.br, freebookseditora.com). Si tiene interés, pido que entre en contacto: [email protected] .
Gracias,
Paulo Soriano
Salvador de Bahia, Brasil