La vista era espléndida, de mis favoritas en toda la ciudad. Si las paredes de este lugar pudiesen hablar, contarían tres historias –desastrosas- en donde el protagonista he sido yo. Digo desastrosas ya que jamás he sido bueno en eso del amor y perder ha sido siempre mi conclusión, al menos en esas tres.
Un viejo amor.
Dicen que cuando te enamoras por primera vez, lo sientes en lo más profundo de tu ser. Y lo comprobé. Sin embargo, lo negué los primeros años, me negaba a creer que estuviese enamorado siendo tan joven. Pero lo estaba. Y fue difícil.
Fue la primera vez que dije que no.
El miedo es una semillita que se instala en tu cerebro y luego viaja por todo tu cuerpo, jugando con tu mente y modificando tus acciones, haciéndote hacer lo contrario a lo que quieres. En esta primera vez desastrosa fui yo el que más perdió, ella me quería, pero yo la quería más y la dejé. Pese a eso, la quise durante algún tiempo más.
Superar un amor supone un gran alivio, sientes que maduras de repente, que te marca, que te permite respirar –aunque nunca lo olvidas, y nunca vuelves a sentir lo mismo-. Sin embargo, te permite marcar tus errores en una lista para no volver a repetirlos, y no lo hice.
Cometí otros nuevos.
El primer golpe del karma.
La segunda vez que este lugar conoció un amor nuevo, fue luego de mucho tiempo. Después de esa desilusión me negué a creer en ello, por lo que me fui por las ramas, siempre jugando, sin involucrar al corazón. Pero todo se acaba, y conocí a alguien más, alguien nuevo, alguien mayor, alguien que me quiso más de lo que yo pude haberla querido.
Hubo besos y hubo abrazos, hubo cariño, pero no hubo amor de mi parte. No volví a enamorarme, no volví a sentir lo mismo y no supe cómo decirlo. Rompí un corazón y el dolor que sus pupilas me mostraban, acabó conmigo.
Así que hice una nueva lista, más larga esta vez, de los nuevos errores que cometí y que no iba a repetir. Pese a esto, la siguiente vez el karma jugó en mi contra y esa vez no hubo errores, sino golpes.
El último desamor.
No pasó tanto tiempo hasta que alguien logró entrar en mi corazón, demasiado letal para mi gusto, demasiado peligroso, demasiado como yo. Una vez dijeron que era “peligrosamente hermoso” y sólo pude reírme. No era hermoso, era común y corriente, pero había sido un cumplido cursi y me encantaban las chicas así.
Pero ella sí era preciosa, cómica, simpática, interesante, menor que yo, y demasiado insistente. Si algo aprendí de mi primer amor, fue a no involucrarme demasiado, pero hasta el más fuerte se vuelve débil cuando le besan con tanta suavidad que cree que se va a desmayar.
Pasaron meses hasta que acepté que ya no podía negar lo que sentía y ya no era ella quien buscaba besarme, era yo, siempre yo. Fue con quien más me entregué, fue a quien más abracé y con quien dejé de sentir miedo. Pero no funcionó. Ella no quiso seguir, la del miedo fue ella, el del corazón roto fui yo.
El karma no es cualquier cosa, es fuerte y destructivo, arrasa con cualquier cosa a su paso, buscando justicia. Entonces, la lista la eché a la basura y sólo hice una regla:
“No más amores efímeros.”
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