Lao Tzu era un gran maestro taoísta que viajaba de pueblo en pueblo acompañado por sus discípulos. Juntos se dedicaban a ayudar a las personas ofreciéndoles consejos, enseñándoles y haciendo las tareas que los más viejos no podían hacer. Su modo de vivir era practicar la compasión y ser generosos con los demás.
Un día, el grupo se detuvo en un campo verde y rodeado por flores. En el centro de la pradera había un único roble, tan alto y frondoso, que todos pudieron sentarse a su sombra para descansar. De hecho, el árbol era tan grande que podría haber albergado a cien personas.
No obstante, los discípulos de Lao Tzu pensaban de una forma muy distinta. Ellos no veían el valor real de aquel roble.
—Díganme que es lo que piensan de este árbol —les pidió Lao Tzu—, ¿piensan que un gran roble como este es útil?
Los hombres se miraron entre ellos brevemente, antes de responder.
—No maestro, definitivamente este árbol es completamente inútil —le contestaron.
—¿Por qué creen eso?
—Nadie puede negar su gran tamaño, pero las ramas están retorcidas y llenas de nudos —dijo uno— y así no se le puede talar ni convertir en madera. Si tuviera un tronco más liso y recto, podría estar calentando las chimeneas de varios hogares.
—Tampoco es un árbol hermoso —dijo otro discípulo—, si tuviera mejor aspecto, sin duda intentarían talarlo para convertirlo en muebles finos. Solos los árboles de madera más bella son utilizados con este fin.
—Ni siquiera es un árbol que pueda usarse como combustible, ya que el humo puede ser demasiado peligroso para los ojos —apuntó otro—, ¿quién se atrevería a talarlo?
—En conclusión maestro, este roble es completamente inútil.
Lao Tzu pareció considerar las respuestas de sus alumnos por un momento. Luego tocó el tronco del roble y sonrió serenamente.
—Tienen razón en todas las razones que me han dado, sin embargo yo estoy seguro de que este árbol es más útil de lo que ustedes son capaces de ver. Ustedes deben ser como este roble: si son útiles, van a cortarlos y servirán como muebles o calentando las casas de otras personas. Si son hermosos, serán vendidos en el mercado al mejor postor. Más si se esfuerzan por crecer y extienden sus ramas tanto como puedan, podrán acoger con su sombra a cientos, quizá a miles de personas.
Tras escuchar las palabras de su maestro, los discípulos se dieron cuenta de que tenía razón. Al fin y al cabo, ¿no estaban todos ellos disfrutando de la sombra del roble después de un largo día bajo el sol?
Al igual que el árbol de este cuento, debemos aprender a luchar por nuestra libertad. Puedes desarrollar todo tu potencial para trabajar para otros, o usarlo para convertirte en tu propio proveedor, ayudando a otras personas. Puedes dejarte llevar solo por lo superficial, o cultivar tu belleza interior para aportarle buenos valores al mundo.
Ser útil y bello son cosas buenas; pero siempre puedes ir más allá para buscar la felicidad.
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