Había una vez un rey, un rey que era muy vanidoso, tanto así que le gustaba el lujo desde todas sus perspectivas, desde sus trajes y accesorios, hasta los detalles de su propia casa. Era de los hombres que gastaba a manos llenas todo su tesoro. Este, era un rey que no le gustaba hacer nada más que gastar e ir de compras. Solo vivía por y para lucir cada uno de los trajes que compraba a diario.
Este, se cambiaba de ropa durante cada momento con el fin de apreciar su elegancia en el espejo y no tener nada de que quejarse. Un buen día, todos ya sabían la afición del rey por los trajes de gala y por esto, dos ladrones con mucho descaro, decidieron engañarlo, haciéndose pasar por arreglistas, sastres y también vendedores de piezas muy galantes de telas muy finas.
Los ladrones llegaron poco a poco al palacio, acercándose con mucha cautela a los soldados encargados de vigilar la entrada de esta gran mansión y les dijeron:
-Buen día, estamos aquí porque queremos ver a tu rey, pues hemos traído finas telas para que él pueda deleitarse con esto que tanto le gusta.
De esta forma, estos pícaros ladrones consiguieron entrar al palacio del rey, frente a él, también aseguraron ser unos de los mejores sastres de la ciudad, mostrándoles distintos trajes que no eran más que una forma de engañarlo por completo.
El rey se encontraba totalmente entusiasmado al ver a estos hombres que querían mostrarles trajes nuevos. Este, le pidió que les enseñaran todas las telas que tuvieran para ver cuál era la que más le convenía pero por más que intentaba convencerlos, no lograba hacer que ellos mostraran nada.
Uno de los bandidos dijo: Es que esta tela, mi Rey es tan buena que solo es usada por los más sabios del mundo. El rey para sus adentros pensaba: -Pero si yo no estoy viendo ninguna tela ¿de qué hablan?
Pero como el rey quería siempre verse muy vanidoso, no quería verse como un tonto delante de los bandidos, le contestó:
Pues si ¿eh? La verdad es que es un traje muy bonito, sonando confundido.
-Pruébeselo, dijo el ladrón. El rey llamó al mayordomo para que tomara el traje y se lo hiciera probar. –Qué elegante es ud, dijo uno de los ladrones.
Fue entonces, cuando el rey organizó una marcha con sus soldados, de forma de poder lucir su nuevo traje delante de todo el pueblo y su magnífico gusto de acuerdo a lo que había obtenido de “los mejores sastres de la ciudad”
El pueblo observaba atónito al rey, todos mudos e impresionados sin poder decirle al rey que se encontraba desnudo. Solo fue un niño, quien se atrevió a decirle la verdad al rey pero de forma muy risueña.
-Jaja, ¡el rey está desnudo!
Al ser palabras de un inocente, todos empezaron a murmurar sobre la misma desfachatez. Fue entonces cuando el rey entendió que había sido engañado por estos malhechores y que por culpa de su misma soberbia y la vanidad, no pudo ver con los ojos bien claros de lo que se trataba todo.
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