Una señora compraba botones en una mercería, entretanto un obrero devoraba del hambre una hamburguesa en un puesto de la calle. La ciudad emanaba el ordinario smog matutino devenido de los colectivos y los vehículos pesados que circulaban por las avenidas.
En distintos parajes de la ciudad, se llegaron a acuerdos legales, mientras jóvenes y muchachas juraban amor eterno, y abuelas en sus casas preparaban el almuerzo.
Los grandes edificios centellaban en sus terrazas con los carteles, y enorgullecían a algunos transeúntes, con lo allí escrito. Signos del poderío de la patria lejana, exhibiendo publicidades de empresas.
En el despacho presidencial, el comandante primero de las fuerzas armadas ingresó súbitamente con un comunicado. Se lo vio apenas incómodo, ya que su carácter habitual era firme como el quebracho.
Se dirigió respetuosamente al primer mandatario y le dijo que lamentablemente tenía que atender la urgencia del momento.
“Según la comunidad meteorológica, están dadas las condiciones para que se avecine un huracán del tipo cuatro, nunca visto por acá. Igual, personalmente jefe, tómelo con cautela, ya que éstos científicos no son mucho de confiar, se lo digo con total sinceridad”
Esas fueron las palabras del comandante, que luego de hablar, al ver que el Presidente no iba a levantar la cabeza para responder, dio media vuelta y se fue.
Para las cinco de la tarde, los hombres solitarios que circulaban cabizbajos se agolpaban en los bares mirando por televisión lo que se avecinaba. Una ventisca anunciaba lo que podía llegar a ser una simple tormenta, o el huracán del que se hablaba.
El cielo gris, y las calles zumbaban de alboroto ante la anarquía del tránsito y los objetos que se volaban de los contenedores de basura.
De pronto, siluetas de espalda y encorvadas y enormes cabezas caídas caminaban para su casa, para resguardarse de la tempestad. Ya no era el smog lo que dificultaba la visión, sino el remolino de basura y las partículas de tierra y polvo que se levantaban del suelo.
La multitud, inquieta, comenzó a correr entre las veredas y lo más cerca de las paredes posible. En la calle hubo choques consecutivos y los choferes de los autos se bajaban y lo dejaban allí abandonados.
Los animales del zoológico de la ciudad escaparon, incluso los grandes felinos en sus jaulas blindadas. No hacían otra cosa diferente que los humanos, escapar y buscar sitio donde resguardarse.
De fachada en fachada, el ancho de todas las calles trazadas estaban ocupadas por la multitud. Ya de noche, las terrazas de los edificios no eran más que un punto invisible para los que se encontraban en la superficie del asfalto de la calle.
Súbitamente, sobre los edificios, pudieron ver una luz violeta que descendía y los encandilaba al mismo tiempo.
Después de la vorágine que desató el remolino, en la tierra descendió una nave. Inconscientemente, salieron todos corriendo sin mirar atrás. Pensando que eran extraterrestres, seguramente.
Las luces cortadas en toda la ciudad inspiraron la locura de la multitud, y se desató una crisis generalizada. Muerte, robos y saqueos.
La nave que aterrizó, no era otra cosa que el Presidente de la nación intentando hacer propaganda para su nueva elección, de una forma novedosa que había discutido con sus asesores los últimos meses. No era muy recomendada, pero eligió hacerla igual.
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