Había una vez, un ratón en su morada realmente humilde, una madriguera muy dentro del campo. A pesar que quedaba en lo más profundo de estas extensiones verdosas, no le hacía falta nada, pues todo lo tenía al alcance, desde una cama de hojas de gran comodidad, hasta un sillón de flores en todo su alrededor.
El ratón, cada vez que sentía hambre, optaba por buscar cualquier fruta que le provocara, especialmente aquellas frutas silvestres o en ocasiones, setas y frutos secos que le dieran el gusto que quería en su paladar. No tenía nada que le preocupase, pues su salud era envidiable y su vida, llena de naturaleza y comodidades.
Cada mañana iba por los caminos de su madriguera paseado y corriendo en cada árbol, mientras que en las tardes, se tumbaba bajo la sombra de cualquier árbol, tratando de descansar y de conseguir relajarse bajo la pureza del aire puro. Sencillamente, era un ratón tranquilo y feliz desde todas las perspectivas.
Todo iba de maravilla… Hasta que un día…
Uno de sus primos ratones, que venía de la ciudad, quiso darle una sorpresa. Al recibirlo, el ratón campestre le invitó a disfrutar de la delicia de una sopa de hierbas. Sin embargo, el ratón citadino, acostumbrado a llevar una vida de más exquisiteces y alimentos refinados, no le aceptó el gesto y se rehusó a comer la sopa.
Aparte de eso, no le era fácil habituarse al ambiente campestre, pues para él, ese ambiente y esa vida resultaba todo lo aburrida que pudo imaginarse antes de llegar y que sin duda, la vida de la ciudad le parecía fascinante e interesante desde cualquier ámbito que lo viera.
Como pudo, logró convencer al ratón campestre a visitar su casa en la ciudad, de forma de poder demostrarle que lo que decía era cierto. Aún con todo lo que decía, este ratón acostumbrado a la tranquilidad de su madriguera no le parecía muy buena idea haberse arriesgado a ir a la ciudad.
Apenas llegaron a la ciudad, el ratón campestre logró percibir cómo la tranquilidad que tanto esperaba, se iba desvaneciendo en cada kilómetro, pues el ajetreo de la enorme ciudad empezaba a asustarle. El peligro era visible en cada calle de la ciudad.
Los ruidos de los coches, en conjunto con el humo de las empresas, los polvos y la multitud de personas, no era lo que quería el ratón campestre y fue cuando comprobó que era verdad lo que decía su primo, la vida que este llevaba, era completamente distinta a la suya, además de vivir en el sótano de un importante hotel.
Este espacio era elegante y habían camas realmente cómodas, además de finas alfombras que el ratón de ciudad no lograría cambiar por un sillón de flores en el campo. En su armario, disponía de una buena cantidad de quesos y alimentos extraordinarios. Con todo y esto, la tranquilidad que parecía acoplarse se acabó cuando todos los ratones vieron la mirada de un tenebroso gato.
Mientras corrían, el gato de campo pensaba: “Esto jamás hubiese pasado en mi madriguera, seguramente gritos de mujer con una escoba para matarnos, pero no el estrés de un gato, me voy”, aseguró a sí mismo.
A pesar de la gran cantidad de cosas materiales, la paz siempre es el fundamento de una vida en armonía.
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