-En el pasado-
-Máximo… -Su nombre salió suplicante de mis labios- De todas las veces que dije que te quería, ¿con cuál te quedaste? –La pregunta estaba resonando en mis oídos, casi podía oír el zumbar de mi corazón en la garganta. El silencio era tan perturbador como pacífico.
La respuesta no tardó tanto en aparecer.
-Con aquella que fue real, sin embargo, no tengo idea de cuál fue…
Y rompió todo a su paso…
-En la actualidad-
La lluvia estaba cayendo furiosa sobre la cabeza de todas las personas que estaban corriendo en cualquier dirección, buscando librarse de la misma cuando ya no podían estar más empapados. ¿Qué diferencia haría que dejase de caer gotas sobre su cuerpo, si ya estaban tan mojados?, tonterías.
El parque estaba vacío salvo por mí y una niña de no más de quince años, probablemente deprimida por algún chico estúpido que la hubo rechazado o algo similar. Así eran la mayoría de las cosas de amor entre adolescentes: tontas, ingenuas, puras.
La brisa parecía estar helando hasta mis uñas de los pies pero nada me obligaba a moverme de este sitio. Era un día triste y hasta las nubes grises lo sabían, estaban casi burlándose de mí. Parecía poder escuchar sus risas, llamándome inmadura. Pero, ¿qué más podía hacer?, estaba un poco perdida, demasiado alejada de la realidad como para darme cuenta de lo que estaba pasando.
No sentía nada, en lo absoluto. Parecía un zombie. Era un zombie. Y lo había perdido todo.
-Señorita, se va a enfermar. –La voz me sobresaltó tanto que llegué a darme cuenta de que estaba tiritando, mucho, demasiado. Mis labios se entreabrieron y no pude distinguir la voz que estaba hablándome, aunque parecía ser un chico.
-Eh… -No sabía a quien le estaba hablando. El desconocido se movió un poco hasta que la luz de un farol llegó a iluminar su rostro y me quedé sin aliento. Literal. No pude respirar más.
Alessandro abrió tanto los ojos al observarme que pensé que se haría un pozo de lluvia en ellos. No pestañeaba. Yo tampoco lo hacía. Mierda.
-¿Alice? –Su pregunta retomó la fuerza que parecía haber perdido y me sacó de mi estupefacción. Dios, cuánto tiempo había pasado que no veía ese rostro.
Seguía luciendo bien. Era alto, cabello castaño, ojos color miel y una sonrisa sincera y alegre que siempre me agradó. Había sido el mejor cuñado que había tenido en la vida y cuando lo perdí todo, supe que él también entraría en esa lista.
-Dios, Alice, te vas a morir con una pulmonía. –Parecía haber entrado en calor, de alguna forma u otra, y me ofreció la mano para ayudarme. Sin embargo, lucía como si quisiese tomarme fuerte para que no escape. No de nuevo –Por favor, ven conmigo. –Parecía una súplica. Sonaba como una.
Logré reaccionar, luego de alternar la vista entre sus ojos y su mano. Tomé la suya, la mía temblorosa, la suya firme y delicada. Le había extrañado. Mi labio inferior estaba empezando a temblar y el escozor en los ojos no tardó en aparecer.
¡No! No iba a llorar, no frente a él, no después de todo lo que había pasado. Solté su mano de inmediato cuando no tardó dos segundos en volver a tomarla y tirar de ella, sacándome de mi lugar favorito. Me enfoqué en las calles y noté que ya estaban completamente vacías y la chica de antes había desaparecido.
-Siempre fuiste altruista de corazón y educado de nacimiento. –Pensé que había hablado para mí, pero me escuchó porque cuando giró su rostro hacia mí, a pesar de la poca luz que había en el lugar, logré ver una sonrisa genuina en su rostro, dirigida a mí. Quizás, tal vez, no me odie tanto como pensaba.
-No te odio, Alice, por supuesto que no. –Di un respingo por sus palabras. ¿Es que había hablado en voz alta? No dije una palabra más y vi que nos dirigíamos hacia una camioneta, de esas que son enormes y una señora mayor no podía abordar ni con escalera. Detuve el paso y observé ceñuda el auto.
-No me voy a subir en esa cosa. –Hubo una pausa. Entonces oí su risa, desde el fondo de su garganta, y parecía que habían pasado años luz desde que había oído esa risa. Era tan parecida a la de su hermano… Sentí frío en las manos y algo doloroso subió y bajó por mi cuerpo, instalándose en mi estómago.
-Me alegra haberte encontrado, hacía mucho no me reía así. –A pesar de sus alegres palabras, tal alegría no se percibió en su rostro. Sus ojos estaban apagados, su ropa estaba demasiado oscura en comparación con las camisas amarillas y verdes que solía utilizar. Su voz estaba susurrante y rota.
-¿Qué ha pasado, Alessandro? ¿Qué sucede? –Me miró fijamente un segundo y luego evadió mi mirada, siguiendo sus pasos antes de hablar.
-Siempre tan preocupada, siempre tan intuitiva. –El pesar aumentó, robándome la respiración. No me moví de mi sitio.
-Alessandro, por q… -Interrumpió mi arrebato.
-Sube, Alice, por favor. Hablaremos cuando dejemos de estar tan cerca de una posible muerte. –Su alegría volvió, más forzada esta vez, más hipócrita. Menos real.
Hice caso de sus palabras y pese a mis críticas iniciales, logré subir en esa gran cosa rústica y llamativa, sin caerme, pero no sin esfuerzo. Era bonita, pero demasiado masculina. Esperé a que subiera en el asiento del conductor cuando las palabras salieron de mi boca, sin poder detenerlas.
-Dime qué ha pasado. –Se tomó su minuto para responder, a medida que encendía el auto y arrancaba, despacio, con cautela.
-¿Por qué crees que ha pasado algo?
-No evadas mis preguntas, Alessandro. –No dejé de observar sus movimientos ni un segundo y sus nudillos se pusieron blancos al apretar tanto el volante.
Cerré los ojos con anticipación, sabiendo que lo que seguía no era bueno. El corazón me palpitaba en los oídos, como aquella vez hace más de un año, el silencio volvía a ser perturbador, salvo que estaba vez no era también pacífico, era la anticipación de una tormenta.
-Máximo tuvo un accidente hace un mes y medio. –Apreté los puños. Contuve la respiración. Todo dejó de ser frío y pasó a ser doloroso. Ya no estaba entumecida, ya no me sentía vacía y sin sentimientos. Había dejado de ser un zombie. –Falleció.
Algo hizo explosión en mis entrañas y la inconciencia no tardó nada en aparecer.
-Ali, ¿prometes quererme siempre?
-Sí, hasta la eternidad.
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