Se cuenta que hace muchos cientos de años, había una aldea oculta en lo más profundo de la selva, donde sus habitantes le rendían culto a Ru Tumpa, el dios padre de todo cuanto existía. Entre ellos había una pareja que tenía una hija muy hermosa, llamada Inomu. Ella era la joven más bella de la región y como tal, su familia la cuidaba mucho para que no echara a perder su honra.
Sin embargo ellos no sabían que Inomu ya tenía un pretendiente. Se trataba del dios armadillo Tatu, quien convertido en un apuesto joven la había seducido a sus espaldas.
Una noche, mientras los aldeanos bebían y danzaban celebrando la abundancia de sus cosechas, una Ärakua (pavo silvestre) se colocó en medio del gentío y se puso a cantar fuertemente: «Inomu se ha embarazado… Inomu se ha embarazado…»
Horrorizados al enterarse de tal deshonra, los padres de la joven la interrogaron y pasaron una gran vergüenza cuando ella admitió que era cierto. Por haber faltado a las buenas costumbres del pueblo, Inomu fue expulsada de la aldea y se encontró sola en medio de la selva.
—¿Por qué lloras, madrecita? —le preguntaron sus hijos desde su vientre.
—Es que me he quedado muy sola y no tengo adonde ir.
—No te preocupes. Ve recogiendo todas las flores que encuentres en el camino y nosotros te guiaremos hasta la casa de nuestro padre, el dios Tatu.
Inomu hizo lo que le decían sus hijos y se puso a recoger todas las flores que pudo. Pero al cabo de un rato se sentía cansada y de mal humor.
—¿No les da vergüenza poner a su pobre madre a andar de esta manera? —le preguntó a sus bebés.
Ellos se molestaron tanto, que dejaron de hablarle e Inomu se equivocó de camino, yendo a parar a la cueva de unos jaguares que la devoraron. Los gemelos no obstante, fueron salvados por Yasi Luna, que era una anciana y había dado a luz a todos esos felinos.
Ella se encargó de criarlos y cuidarlos, y cuando los niños crecieron, juraron vengar la muerte de su madre, matando a todos los jaguares.
El único que se salvó fue un jaguar de dos cabezas, favorito de Yasi Luna, quien herido y asustado corrió a ocultarse bajo sus faldas. Cuando los muchachos fueron a buscarlo, la abuela les mintió diciendo que no sabía donde se había metido.
Pero apenas se alejaron, ella se puso a gritar:
—¡Auxilio, auxilio, que el jaguar me devora!
Sobresaltados, los gemelos volvieron para ayudarla y descubrieron que ella reía, satisfecha de la broma en la que acababan de caer. La jugarreta se repitió dos veces, hasta que los jóvenes terminaron exasperados.
—Vas a pedir auxilio en vano cuando el jaguar te devore de verdad, pues nadie vendrá a salvarte —le dijeron ellos, condenándola.
Desde entonces, se dice que cada vez que una sombra se cierne sobre la luna, es porque el jaguar ha ido a acostarse sobre ella y la está devorando de verdad.
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