Andando por el bosque se encontraban algunas ranas, cuando de pronto, dos de ellas no se dieron cuenta de que había una zanja delante y cayeron en el agujero. Este era tan profundo que parecía imposible salir y angustiadas, le pidieron ayuda a sus compañeras.
—Es imposible que las saquemos de allí, miren que hondo es —les dijeron las otras ranitas—. Lo sentimos mucho, pero en momentos como estos es mejor aceptar la realidad. Tendrán que dejarse morir.
Sin hacer caso de este consejo, ambas ranas comenzaron a saltar con todas sus fuerzas, tratando de escapar de la zanja. Las demás las miraban con lástima y trataban de convencerlas de que no lo intentaran.
—¡No lo hagan, es inútil! ¿No ven lo alto que está?
—Nunca lograran salir de ahí.
—Es mejor resignarse, acéptenlo. Muy pronto morirán y acabará su sufrimiento.
Pero mientras más hablaban ellas, más intentaban las ranas de salvarse.
Finalmente, una de ellas se dio por vencida, cansada de saltar e influenciada por las terribles palabras de sus compañeras. Cada una de ellas le había calado profundamente, al grado de convencerla de que no tenía salida. Exhausta, se tumbó en el suelo para dejarse morir.
—¿Qué caso tiene seguir intentándolo? Aquí me voy a morir —dijo llena de dolor—. Tenían razón amigas, una tiene que aceptar lo inevitable.
A diferencia de ella, la otra ranita continuaba tratando de alcanzar el borde de la zanja. Brincaba y brincaba cada vez más alto, como si no escuchara los gritos de las otras ranas que le pedían que parase.
Entonces, sorprendentemente, la rana logró saltar de una forma tan extraordinaria que por fin pudo escapar del hoyo, ante los ojos estupefactos de las demás.
—¡Pero qué maravilla! No pensábamos que lo lograrías, pero lo hiciste —le dijeron admiradas—, menos mal que no nos hiciste caso cuando te decíamos que te resignaras, o no habrías podido salir de allí.
—¿Eso es lo que me estaban diciendo? —se preguntó la rana con sorpresa— Pero si yo creía que estaban animándome. Las veía gritar y gritar, y como soy sorda supuse que me estaban diciendo que me esforzase más.
Las ranas se miraron entre ellas al escucharla y se dieron cuenta del enorme error que habían cometido. Porque sus palabras destructivas le habían quitado el ánimo a la otra ranita de vivir.
Rápidamente volvieron a asomarse al pozo y la vieron en el fondo, triste y desfallecida.
—¡Por favor, tienes que intentar salir! —le rogaron.
Pero ya era demasiado tarde. Sus gritos anteriores la habían convencido de que no era capaz de salvarse y como había hecho la otra antes, ahora no se enteraba de lo que decían.
Como la ranita que se salvó, recuerda siempre que puedes hacer todo lo que te propongas, pues solo depende de ti. Aunque las personas a las que conoces parezcan estar en tu contra, sigue intentándolo y no te detengas nunca ante la adversidad. Pues la diferencia entre las personas exitosas y las que no lo son, es la perseverancia.
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