Orfeo era un poeta muy habilidoso, que tenía un don especial para componer todo tipo de versos. A menudo los cantaba para Eurídice , su bella esposa, a quien encantaba con ayuda de su arpa y su talento para la música y la poesía. Pero esto se terminó el día que ella, picada por un animal ponzoñoso, murió dejándolo solo.
Loco de dolor, Orfeo decidió viajar hasta el Inframundo para recuperar su alma y escapar de la soledad.
Llegó así hasta el río que separaba la tierra de los vivos del los territorios de Hades, señor de los muertos. Solo era posible cruzar el río a bordo de la barca de Caronte, el viejo que transportaba las almas que acababan de abandonar la Tierra.
—Yo puedo llevarte si quieres —le dijo él—, pero será un viaje en vano, porque tan pronto como lleguemos al Inframundo, seremos recibidos por Cancerbero, el monstruo de las tres cabezas. Él sabrá que no estás muerto y te devorará.
—No te preocupes por eso —le dijo Orfeo—, tú llévame, que yo sé la manera de tratar con esa bestia.
Y así, Orfeo se montó a borde del bote de Caronte, que lo condujo hasta las mismas puertas del Inframundo. Se encontraba custodiándolas Cancerbero, un enorme perro con tres cabezas que clavaron sus ojos en él con furia devastadora.
Al instante, Orfeo comenzó a tocar la lira que traía consigo, emitiendo una dulce melodía. Cancerbero se apaciguó y se quedó dormido mientras terminaban de entrar a los dominios de Hades.
Y la música llegó a cada rincón del Inframundo, consolando a las almas solitarias y confortando los oídos de Hades, quien sentado en su trono, se sintió conmovido por aquel intruso. Así que cuando tocó tierra lo recibió en su trono, dispuesto a negociar con él.
—He venido a buscar a mi esposa, Eurídice —dijo Orfeo—, por favor, devuélveme su alma.
—Está bien, dejaré que te la lleves —le dijo Hades—, con una sola condición. En todo el camino de vuelta no debes mirar atrás, sino hasta que hayas salido del Inframundo. Si no lo haces, volveré a arrastrar a tu esposa hasta mis dominios y no tendrás otra oportunidad de recuperarla.
—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra? —preguntó Orfeo, desconfiado.
—Confía en mí. Ahora date la vuelta y márchate.
Orfeo volvió a la barca de Caronte, pero no escuchó nada detrás de él. Ni pasos, ni la voz de su amada. Esto lo hizo volver a desconfiar.
Soportó todo el camino de vuelta hasta las puertas del Inframundo sin mirar atrás, pero justo cuando estaban por cruzarlas, no lo resistió y echó un vistazo por encima de su hombro, pensando que Hades se había burlado de él.
Cuando Orfeo hizo esto, el alma silenciosa de Eurídice se vio arrastrada una vez más a su lugar entre los muertos y él se lamentó por haber sido tan tonto.
Tendría que pasar el resto de su vida solo, hasta que finalmente, pudiese morir y estar de nuevo con ella.
¡Sé el primero en comentar!