Tomás era un muñequito de plástico que todas las Navidades, esperaba con ilusión poder estar en el Nacimiento. Él quería mucho al niño Jesús y siempre que podía, lo miraba en su cuna. A veces le parecía que el bebé le sonreía desde su lugar.
Pero lo ponía muy triste saber que jamás estaría tan cerca de él como lo estaban la Virgen María, San José, los ángeles, los Reyes Magos o los pastores. Ni siquiera tanto como los animalitos que lo rodeaban.
Un día, la Virgen María informó a todas las figuras del Nacimiento que su niño se había tenido que ir a frenar una guerra.
Alguien tendría que sustituirlo dentro del pesebre.
—Yo puedo hacerlo —dijo un ángel—. No será complicado.
Pusieron al angelito en el lugar de Jesús pero Tomás se dio cuenta de que no era lo mismo. El ángel no podía llorar como él y a simple vista, se notaba que lo estaba reemplazando. De modo que probaron con otro querubín, pero tampoco funcionó.
Así, todas las figuras más pequeñas del pesebre fueron pasando a ocupar el lugar del niño Jesús, con lo que siempre quedaba un hueco vacante. A Tomás lo llamaron para ocupar esos lugares que quedaban vacíos; primero fue un ángel, luego un pastor y otro, hasta que se vio más cerca de lo que nunca había estado de la cuna del bebé.
No obstante, eso no lo hacía feliz porque sabía que Jesusito, a quien quería tanto, no estaba allí con ellos. Y lo peor de todo,era que nadie parecía acordarse.
María se dio cuenta de su tristeza y se acercó a él, sonriendo dulcemente.
—Te has dado cuenta, ¿verdad? —le preguntó.
—Sin el niño Jesús, la Navidad no va a ser lo mismo —dijo Tomás—. Además no hay nadie que pueda reemplazarlo, nadie es como él.
—Eso es cierto —dijo María—, pero conozco a alguien que hará un buen trabajo hasta que él regrese.
—¿Quién?
—Tú Tomás, tú amas tanto al bebé Jesús que eres perfecto para cuidar su lugar hasta entonces.
—¿Yo? —preguntó Tomás con dudas— Yo soy solo un figurín barato y mal pintado, que no puede compararse con él.
—Te equivocas —le dijo María—, tu exterior no está tan mal, pero no es eso lo que nos importa, sino tu noble corazón. Eres tan bello por dentro como mi niño Jesús.
Tomás se puso muy feliz de escuchar aquellas palabras y contento, aceptó ocupar el lugar del bebé en el Nacimiento, donde nadie notó la diferencia. La mañana de Navidad, Tomás despertó en la cunita, miró hacia un lado y sintió su corazón latir de alegría.
El verdadero Jesús había regresado y lo miraba con un inmenso amor, dándole las gracias por haber cuidado su pesebre.
Y lo que esta historia corta nos ha enseñado, es que cuando las cosas se hacen de corazón, no importa de donde vengas, quien seas o cuanto tengas, la vida sabrá recompensarte y los demás verán en ti a una buena persona.
¡Sé el primero en comentar!