En los tiempos de los reinados, en uno muy pequeño pero de gran prosperidad, un rey que para todos era el mejor y el más justo, se encargaba de gobernar con mucha bondad y por tanto, era uno de los más queridos de todo el pueblo.
El monarca se sentía muy feliz y realizado de que las cosas siempre fueran bien en todos sus alrededores, sin embargo había algo que no le deja estar en confianza con su reino y era que su carácter era el de una persona muy confiada con todos, por lo que a veces se detenía a pensar que en cualquier instante podían hacerle una mala jugada debido a su máxima bondad con todo el mundo.
Todo marchaba bien, hasta que un día le dijo a su querida esposa: Amor, sabes que me considera muy buena persona, pero serlo tanto me perturba ¿qué puedo hacer?
-Querido, si te estás sintiendo muy inseguro por tu personalidad, puedes nombrar un consejero, eso hará que estés más pendiente de las personas que quieran hacerte mal.
– Es verdad, nombraré como consejero al hombre con más cualidades de inteligencia del reino.
El rey reunió a todos los mensajeros de su monarquía y les dijo:
Hombres, los he mandado a llamar porque quiero saber cuál de ustedes cumple con lo que busco, ser el hombre más inteligente del reino, de allí conseguiré a mi futuro consejero.
Todos se sentían presionados por ser el mejor, había aspirantes de todos los tipos, las razas, las edades, el rey tenía una decisión difícil.
Días después el rey los convocó de nuevo y les dijo:
Ya sabrán que tengo una decisión muy difícil de tomar, pues veo que cada uno de ustedes es inteligente, pero con todo y ello debe elegir solo uno y deben superar el siguiente reto que les diré a continuación. El que lo logré será el nuevo consejero real.
Se trata de lo siguiente, yo estoy sentado en mi gran trono y no pienso acceder a levantarme mientras ustedes estén aquí. Sin embargo, el hombre que consiga acceder a que yo me levante, el que me convenza por completo, será el dueño del cargo.
Muchos fueron los intentos por parte de todos los hombres y el rey seguía sentado en su posadera. Todo parecía llegar al límite, cuando de repente se oyó:
Buenas tardes, alteza. Me presento, soy Joshua
Muy bien, Joshua ¿dime?
Bien Su alteza, quisiera preguntarle: ¿Piensa usted que alguna persona puede obligarle a salir de la sala?
El rey sin más se quedó perplejo y replicó: Por supuesto que no, nadie puede mandarme.
¡Yo si puedo! Dijo Joshua. Apretando los puños el rey siguió escuchando.
-Claro que puedo, imagine que usted y yo estamos fuera de la sala, ¿me daría algo a cambio de convencerlo de que entre al salón nuevamente?
-Te nombraría el consejero real, dijo el rey.
Intentémoslo, dijo Joshua.
El rey se levantó y al dar tres pasos se detuvo y dijo:
Jóven, has sido el más inteligente. Pudiste desviar mi atención, haciendo que me levantara de mi trono, sin duda tu te mereces el lugar de mi consejero.
Joshua se sintió complacido y todos aplaudieron su gran habilidad para conseguirlo.
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